Nunca me he planteado seriamente la posibilidad de abandonar España en busca de un futuro diferente, de dejar por una ilusión de vida más halagüeña el fárrago de nuestras obligaciones, trampas y ataduras. Pero no niego que he acariciado tal alternativa en distintos períodos de mi vida. En mi adolescencia, llevado por esa inadaptación propia de la juventud y con la imaginación repleta de tentadores ensueños, barajaba compulsivamente que algún día emigraría a Australia. Siempre me ha fascinado Oceanía, su maravilla exótica de continente virgen
Con el tiempo, aquellas urgencias se desvanecieron y mi vida fue desenvolviéndose en las reales mediocridades que ofrecía España y concretamente una ciudad de provincias como Alicante. Ya de mayor, se mitigó mi sed por las tierras vírgenes y el paisaje ideal fue delineándose en algo más cercano, conforme fui descubriendo la vieja Europa y fue subyugándome el peso de su historia. Y entre todos los países europeos que conozco, uno especialmente cautivó mi corazón: Italia. Si pudiera, escogería Italia para vivir; cualquiera de sus ciudades Florencia, Venecia, Roma primordialmente reúnen condiciones con sobrado atractivo para afincarse en ellas. Desde la grisura sin contrastes de la monotonía de los años, en la pesadumbre de la cotidianidad, añoro el día cuando acaso jubilado pueda residir mas largas temporadas en Venecia, identificándome con su emotivo pálpito, inmiscuyéndome en su ajetreo cosmopolita y acercándome a la Riva degli Schiavonni para, desde la terraza de uno de sus cafés, atisbar con ánimo extasiado el denso trafico náutico del bacino.
Y es que todos estos anhelos vuelven a reverdecer cuando visiono por televisión el programa "Españoles en el mundo". Me admira la gente que tiene la voluntad suficiente para cambiar de forma radical el paisaje de su vida. Sin pensárselo mucho hacen las maletas y, ¡anda!, ancha es Castilla, o Canada, o China o Tahití o Borneo o Pernanbuco. Me gustaría, frecuentemente sueño, en que se haga en mi vida posible un deseo semejante. Pero por el momento prima lo de siempre, la carencia de una fuente de ingresos que pueda hacer factible el pormenor de esa vida diferente y aventurera.
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