MI perspectiva sobre la figura de William Somerset-Maugham es algo limitada, pues sustancialmente se concreta sobre dos de sus obras, las cuales he leído al menos un par de ocasiones durante distintos períodos de mi andadura como lector. Y el comentario que me suscitan viene a ser bastante positivo. Si bien, la envergadura como escritor de Somerset-Maugham no alcanza la dimensión de los clásicos ingleses, si merece la pena reparar en su obra, que responde a dos cualidades importantes que conviene reseñar. La primera, es la de una prosa efectiva que no tardará en convencer al lector y llevarlo hasta ese terreno que interesa al narrador, imponiéndole ese postrera reflexión necesaria a cualquier ser humano y obvia en cualquier lector inteligente y sensible. La segunda, es una consecuencia de la primera, su sugestiva amenidad.
En estos días releo su novela Soberbia(The moon and sixpence, en el original inglés). La obra responde a un interesante trasunto de la figura y la vida de Paul Gauguin, convenientemente maquillada para transformarla en juguete de ficción. Recuperé esta obra de las legendarias ediciones Reno, adquiriéndola en una reciente feria de libros de lance, llevado por el grato recuerdo que improntó su remota lectura durante los felices años del pasado siglo. La novela no deja indiferente a nadie que se acerque a ella con ánimo sembrado de inquietudes.
Si acaso la figura trazada de Gauguin no llega a ser exacta, si logra esbozar los principales contornos de su singular personalidad. Pretende penetrar la psicología de este individuo marginal, que se desmarcó del ser gregario para buscar su propio camino de soledad creativa, de lúcida independencia. Y hace pensar, a través de su obra, que este es el personaje ideal que buscaba Somerset-Maugham en su galería de tipos singulares. Lo describe más ponderativamente en su otra gran novela: "El filo de la navaja", donde su protagonista elige un camino inusual al que le hubiera correspondido, al margen de una sociedad anclada en sus disipaciones y conveniencias, y con la indiferencia propia de un alma cegada y embrutecida. Dicho personaje, al adentrarse por sendas bien distintas a las trazadas, comienza a encontrar esas respuestas que en algún caso le redimen de su desubicación en el mundo y le ayudan a encontrar ese sí mismo desvanecido por la desorientación a que lo condena una sociedad hipócrita y fraudulenta.
Estas, entre otras muchas, son unas pocas de las razones por las que conviene recalar de cuando en cuando en Maugham, sobre todo en ese momento preciso en que nuestro espíritu llevado por la inercia del conformismo se agazapa en esa uniformidad estéril y sin horizontes a la que nos aboca una sociedad desnaturalizada en su materialismo.
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