PUCCINI POR LOS POROS

No hace mucho adquirí un cd con una selección de las arias más fundamentales de  las óperas de Puccini. Tales ediciones no suelen ser de mi agrado, pues prefiero acercarme a las óperas en su integridad. Pero he de admitir que esta concreta selección ha captado mi interés y la escucho reiteradamente.

No es un secreto que yo me acerqué a la ópera porque en mi juventud me atrajeron los dramas wagnerianos. Por tanto, mi gusto operístico se educó escuchando las graves creaciones de arte del compositor germano y, solo muy lentamente, mis preferencias fueron abriéndose a otros autores. Beethoven fue el primero que irrumpió con su Fidelio, en cuyas arias de Don Pizarro reconocía un vigor dramático parejo al del autor de Tanhaüser. Luego vino mi acercamiento a Mozart, del que me fascino su Flauta Mágica y, más tarde, Don Giovanni, y, como consecuencia, el resto de su repertorio. Sin embargo, en lo que se refiere al la ópera italiana, mantenía bastantes reservas. Porque dicha ópera representaba todas las fobias que pudiera despertar en un hijo del proletariado un género, como el lírico, con toda su parafernalia decadente desplegándose en esos antros de culto que significaban los teatros para las elites. Allí podía contemplarse el lastimoso espectáculo de parejas de gordos chillando como cochinos antes de ser sacrificados. En resumen, las ópera italiana participaba de los defectos de un género que se manifestaba como la reliquia de otros tiempos.

Pero, finalmente, mi predilección por la música fue tolerando que las solapadas virtudes que el género lírico, mal que nos pese, atesora, fueran abriéndose camino por entre la barrera de mis prejuicios y se manifestara a mi espíritu con toda su fascinación. No niego que muchas operas de Verdi siguen ofreciéndome no pocos reparos. La Traviata se me hace insufrible con su remate de sistemáticas florituras y gorgoritos. Nos queda el encanto de cartón piedra del Trovador y la hondura musical de su Otelo, junto a algunos pasajes maravillosos de la Aida. Cuando no escondidos pasajes de su extensa obra que permanecen encubiertos y que paso a paso se nos irán desvelándo con la fascinación de un territorio virgen.
Después, no creo que se ponga en duda, en este conspicuo Olimpo, viene Puccini. Puccini es un caso aparte. Es como un nuevo Verdi que  ha asimilado el pontificado de Wagner. Pronto, aunque ya de largo algunas arias habían calado en mi más sensible memoria, caí subyugado ante la belleza de su Madame Butterfly, que nos transporta con su esplendor pasional bastante más lejos que la novela de Pierre Lotti, en la que está basada. Desde luego, es mi ópera italiana predilecta, pero no hay que obviar otras cotas puccinianas como la Tosca o el Turandot, con arias de una factura tan impecable que colman a las más sentimentales sensibilidades. En cualquier caso, no esperaba que al adquirir el disco llegaría a estar tan colmado de Puccini, que rezumara su esplendor melódico hasta por mis poros.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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