Quiero escupir el veneno de mis días,
demoler ese peso secreto que me abruma.
En la fecundidad del recuerdo,
fui derribado por el rayo
y abrasado por su herida,
y todo el lastre de las sombras habitó mi casa.
La certidumbre se tornó confusión,
el vigor de la vida se secó;
de la fuente del gozo ya sólo
fluyeron aguas de culpa y desolación.
Quiero desuncir ese yugo que desde entonces me atenaza,
que como un extraño designio
su albur en el camino traza.
Dime cómo abolir la sentencia
ominosa de mi degradación.
Dime como taladrar el corazón del mundo
y rescatar de su entraña la esperanza.
Porque arrancaría todas la nubes de tormenta
de los cielos inciertos y amenazantes,
tras cuyo velo de meteoros
se oculta del sol la pureza de sus rayos.
¡Dónde, Señor, esa espada invencible
que como guiada por el brazo de Sigfrido
pueda inmolar con su filo el vientre infecto del dragón?
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