rasgó la luz el día. El canto
de los pájaros quebró el tamiz
de su cristal liviano. La noche
se ha desvanecido lentamente.
Irradia macilenta la luz de las farolas.
Por el agobio de las calles estrechas
el rastro sinuoso de un borracho
que, tácito, conversa
con las sombras de su ego.
Una ambulancia. La cisterna de riego.
Sombríos los contornos de los pinos
que bordean el paseo sin gentes
de la Alameda. Ya sin agua las fuentes,
las calles desoladas,
el viento seco del verano,
la voluntad dormida.
Por la ventana entreabierta
apenas corre el aire, irrumpe
el rugido de una moto atronante
que explosiona su vientre de tormentas
hasta disolverse en el silencio de piedra.
Sobre el papel rayado
discurre renqueante
el pulso desfogado del poeta;
sin flujo el corazón, muerta la letra.
La noche ya carece de razones,
el día ya baraja distintas conclusiones.
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