Rumor de trenes en la madrugada,
rumor de olas, rumor de atardeceres,
cadenas de metal ardiente, llamas
que devoran las aristas del silencio,
ráfagas que traen del dolor los ecos...
¿Existirá un refugio, un paso más allá
de dónde trama el sigilo de la sombra
sus tempestades?
Por la vasta pradera caminaremos
en pro de donde traza el sutil horizonte
el equilibrio de la aurora,
allí donde las estrellas brillan compulsivas en la noche azul.
Las manos postulantes demandando el pan del rocío,
las entrañas desentrañadas sobre el plano del dolor.
Sé que desde ahora todo será noche, la más negra noche,
resecada ya la miel en nuestros corazones,
ahogado el pálpito en el indiferente tic-tac del reloj.
Su llamada fue rotunda en las tinieblas,
repentina, inevitable,
como el roce del esmeril sobre el filo criminal.
Su voz opaca retumbó en el vacío
reclamando al alma llagada su último estertor.
¡No! Tus ojos sin mirada
no fosilizarán las transparencias de mi alma,
ni tu consistencia de hueso
convertirá en ceniza el seno enternecido.
De tu plaga no acataré el ultimatum,
revestiré la corteza vital de Su sangre
y tu palabra yerta perecerá.
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