Señor, ahuyenta de mi cavilar la duda,
el oscuro sentimiento
de que esa fatalidad que nos persigue desde la cuna
tiene por tu misericordia júbilo cierto.
Consuela el disfavor
por quienes se nos fueron,
para que gocen con tu perdón
de esa morada que tus palabras prometieron.
Sea con ellos la gloria de tu magnificencia,
reservándoles para el eterno encuentro
la buena dádiva de tu paz y tu clemencia.
Hoy que has reabierto la herida lacerada,
concédenos el pensamiento
de que vivimos en Ti o somos nada.
No nos dejes mudos en el río del silencio,
estéril mármol de un panteón de olvido,
sin confiar que para el humilde barro habrá un mañana,
nuevo sol y nueva tierra, y un nuevo hombre revivido.
Quiero pensar que para el buen padre que he perdido
tu acomodaste la morada,
mullido lecho para su alma fatigada
y de tu cielo un trecho, en donde estar contigo.
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