Quien reserva inquietudes literarias ha de mantener las antenas alerta a la atmósfera circundante que se respira. Como escritor más bien poco reconocido que soy, me preocupa la permanencia de tan irredenta condición. Como principiante trataba de asimilar los reiterados reveses que vetaban la esperanza de algún día llegar a formar parte del elenco de las consagradas plumas patrias. Como neófito, uno siempre encuentra carencias y no dejan de estar a la orden del día las comparaciones. ¡Que si fulanito riza el rizo del estilo! ¡Que si menganito maneja como nadie los puntos de vista!
¡Perengano, por su parte, hace un uso innovador de las estructuras! ¡Esta claro que alcanzar tales excelencias se convierte en una tarea inalcanzable! Por generación, pertenezco a la quinta de Muñoz Molina. Coincido con él en muchas cosas, hasta en la de padecer ambos una mili coetánea bastante similar, aunque el en San Sebastián y yo en Oviedo. En el resto, en nada nos parecemos; el tuvo una laureada carrera literaria, en la que hasta se le abrieron las puertas de la más "honorable" institución de las letras. Mi camino fue distinto. Quería ser escritor, pero bien pronto me di cuenta que el oficio de la pluma estaba reñido con la cuestión pecuniaria. Ante la alternativa de morir de hambre o cambiar de oficio, hube de decantarme por esto último. He llevado una vida de pringao hasta estos días, aunque alimentao, cobijao, empeñao y un poquito viajao. Mi vocación la practico como amateur, condición de la que se loaba Cortázar, aunque no le dolieran prendas confesar que vivía de sus derechos de autor. Y es que en parte en Cortázar reside hoy mi problema, más que en él propiamente, en su literatura. Se daba unos aires Cortázar de señorito ocioso, pedante y enrevesado, sobrado de las cuestiones de la vida, que se enfrasca en elucubrar intrincadas sopas de letras, crucigramas argumentales, sudokus irresolubles, polifonías gregorianas, laberintos sin salida, criptogramas y jeroglíficos. Para quienes vivir la literatura se ha convertido en una cuestión de sudor y sangre, de dignidad y justicia, se nos hace muy cuesta arriba aceptar que las nuevas corrientes literarias se extasíen en estas catarsis ludópatas. Ahí tenemos a Vila-Matas; al escucharlo uno recela que el fondo de la vida y el arte, íntimamente imbricados, revistan tal infantil juguetería, esa suerte de irresponsable cachondeo. Y cuando uno nombra a Vila-Matas, piensa en muchos, de los que no daré nombres, pues no está en mi naturaleza el talante de chivato. Verdaderamente, la ética en el escritor, como en todo hombre, es una cuestión de conciencia.
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