(Mario Santiago)
Pudiera ser factible
si sólo se contara con uno mismo,
si el corazón desconociera el compromiso.
Caminé ese camino
de ilusiones y luciérnagas por un tiempo.
Eso fue, cuando gocé
la débil y juvenil naturaleza.
Al principio creía caminar
codo con codo con la musa,
queriendo segar con mi inocencia
la frondosa maleza;
pero cuando, en un momento,
volví a la conciencia
supe que los ladridos que escuchaba
eran los del cerbero del infierno.
Una noche, de repente,
me sorprendí dormitando entre la escoria.
¡Había descendido tantos peldaños
en el abismo! Pero, ¿dónde, Señor, la gloria?
Ya no era amigo de nadie
ni de mí mismo. Quise encontrar
la muerte en el pozo de la noche.
De hinojos en la avenida mas transitada
pedí ese golpe fatal que me inmolara.
De refilón pasó algún coche
que no me atropelló;
las luces de sus faros
serían como los ojos de Dios.
Perdidas estaban ya la musa y el amor.
Descarriado por siempre
en las sendas del delirio,
del borde del precipicio
solo me libró un golpe duro y frío,
y el ángel del infierno un vil ladrón.
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