Escucho una sonata de Baldassare Gallupi, interpretada al piano por Arturo Benedetti Michelangeli. Su dulzura melódica mantiene una graciosa artificialidad rococó. Ocupa Gallupi un puesto discreto en el Parnaso musical veneciano, en cuya cumbre domina el magisterio del "prete rosso". Albinoni , los Marcello también merodean tales alturas. Pero Gallupi en su modestia ha de adecuarse a los niveles que le son permitidos. Porque ni siquiera nació el la propia Venecia, sino en Burano. Esa islita de casas multicolores que ameniza la visita de los turistas a la laguna. Era una isla de pescadores que vivían un aparte de los fastos de la Serenísima. Acaso sea Galuppi el prócer más señalado del municipio: una estatua de medio cuerpo lo conmemora en una de las plazas principales. En cuanto a Arturo Beneditti Michelángeli, también fallecido, sigue ocupando un lugar destacado en la memoria pianística. Recuerdo que informé de su óbito a mi profesor de piano, que se limitó a encogerse de hombros. Tal indiferencia no supe a qué achacarla, si a la ignorancia o a su predilección corporativa por Baremboin, cuya grabación de las sonatas completas de Beethoven guardaba en lugar preferente. Tales discrepancias en cuestiones musicales propiciaron que mis inclinaciones pianísticas no se prolongaran mucho. Me despedí de él entregándole un esbozo de crítica sobre El Barbero de Sevilla, de Rossini, recientemente programada en el teatro Principal de la ciudad, recordándole que yo también reservaba algo que decir. Estaba claro que el piano no cubriría mis aspiraciones, pues desde aquel entonces no he vuelto ha estudiarlo en serio.
Tal decisión no la considero como la más recomendable para un alumno, pues qué hubiera sido de la obra de Gallupi si hubiese tenido en cuenta a todos los músicos que triunfaron o murieron en Venecia, Monteverdi, Cimarosa, Porpora, Hasse, y todo aquel inflamado genio que hizo rutilar la vida de la Venecia dieciochesca.
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