Caterina de Forlì

Me invade la nostalgia de esa Italia fabulosa, la de la época renaciente que guarda en los arcones de la historia no pocas anécdotas y leyendas capaces de fascinar. Su viejo arte  ha resaltado los contornos de una de sus protagonistas más singulares: Caterina Sforza, señora de Forlì e Ímola. Ejerció el dominio de tales territorios a la muerte de su esposo, Girolamo Riario, nepote del papa Sixto IV. El cual pertenecía al clan de los Della Rovere y principalmente se le reconoce porque durante su papado mandó construir la Capilla Sixtina. Luego embellecida por su pariente y sucesor  en el solio, Julio II.
Caterina fue hija bastarda del duque de Milán Galeazzo María Sforza, de cuya rama heredó el gallardo temperamento. Dinastía fundada por el condottiero Muzzio Sforza, guerrero arrojado y temerario cuyas virtudes compartieron buena parte de sus descendientes, entre ellos Caterina y su vástago Giovanni de Medici, el delle bande nere. Sin duda los Sforza eran de armas tomar,  fortaleza de carácter que sin duda heredó Caterina, sin el cual no podrían explicarse el temple y la bravura que demostró ante circunstancias difíciles de afrontar aun para un hombre bien cuajado.
A la muerte de su esposo, del cual tuvo cuatro hijos, hubo de defender el gobierno de sus feudos con redoblada firmeza. Encastillada en su borgo repelió el acoso de las facciones contrarias que pretendían derrocarla. Se cuenta que el enemigo se apoderó de sus hijos, amenazando con ejecutarlos, como ya había hecho con el duque Riario, si Caterina no se rendía. Pero ésta, como buena Sforza, respondió al ultimátum con grosera altivez. Arremangóse la ropa y enseñando su sexo, afirmó que con el mismo podría engendrar cuantos hijos quisiese. Osadía que avergonzó del tal modo al enemigo, que desistió de ejecutar a los rehenes y depuso sus pretensiones.
Por aquel tiempo falleció Sixto IV, sin cuyo apoyo las posesiones de Caterina podrían peligrar con el advenimiento de un nuevo papa. Ante tales circunstancias, la iniciativa de la Sforza fue la de acudir a Roma al mando de sus tropas y tomar al asalto el Castillo de Sant´Ángelo, haciéndose fuerte en el baluarte. Inocencio VIII fue tolerante y ratificó a Caterina en sus heredades de Imola y Forlì.
Luego, durante un tiempo gozó de la paz en la pequeña corte de la Romaña , entregándose su Señora a la tarea del buen gobierno y al cultivo de sus amantes. Fueron públicos sus devaneos con el atractivo Giacomo Feo, valga el oxímoron, bastante más joven que ella, y que perduraron hasta la muerte prematura del galán, Su siguiente conquista fue un Medici, que acudió en embajada hasta sus dominios. De sus relaciones fue fruto el célebre condottiero Giovanni de Medici. Este hombre de armas en la familia Medici, solo es explicable teniendo en cuenta su sangre materna, en la que corrían los genes Sforza.
Pocas eran las vidas durante el renacimiento que llegaban a longevas, y de dicha estadística participó la de Giovanni de Medici, dejando nuevamente vacío el lecho de Caterina.
Por aquel entonces se entronizó en el solio romano, Rodrigo Borghia, con el nombre de Alejandro VI.
La política de los Borghia quería abarcar bajo su égida a todos esos minúsculos estados centro italianos, en muchos casos tributarios de la iglesia, con cuyo pago garantizaban su independencia. La pretensión de Alejandro VI era la de crear un nuevo reino de Romaña, que englobaría a todos esos ducados dispersos bajo el escudo papal. Para cumplir dicha tarea, su hijo César, a la sazón gonfaloniero de la iglesia, se encargaría de convencer a los remisos y someter a los rebeldes, entre los cuales se encontraba el pequeño territorio de Imola y Forlì. Caterina rechazó doblegarse a los dictámenes papales y decidió defender espada en mano sus posesiones. Alejandro VI la vituperó con los más denigrantes improperios y el siempre expeditivo César no tardó en pasar a la acción y apoderarse de Imola, por lo que Caterina decidió encastillarse en Forlì, con mil de sus soldados, dispuesta a resistir hasta la muerte. El asedio no tuvo concesiones, en la sanguinaria lucha sus mil defensores fueron todos pasados a cuchillo y Caterina hecha prisionera. Tras la rendición, entre ambos oponentes, César y Caterina, se cuentan muchas leyendas subidas de morbo y difíciles de verificar, como todo en ese gran Renacimiento ya más hijo de la fantasía que del rigor. Tras su gloriosa defensa de Forlì, gesta recogida en los anales de su época, perdidas sus posesiones, Carterina se retiró a Florencia, junto a su hijo Giovanni, donde murió entre la mayor discreción, lo cual ocurriría algo después de la muerte de César, en un lance guerrero, junto a los muros de Viana.


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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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