Siento latir el peso del silencio
en esa palabra nunca pronunciada
que quise oír al abrir una puerta,
al descolgar ese teléfono inesperado
cuyo timbre nos sorprende
en mitad de la tarde,
como aldaba que golpea la esperanza.
Al otro lado de la línea,
trastocando lo previsto,
quisiera oír esa voz estremecida
con una emoción que me colmase,
que me redimiese del sueño
perdido de la vida,
que me rescatara de ese fracaso
de propósitos incumplidos.
Esa voz que siempre quise oír
confiada y amorosa,
tierna y arrobada,
recordándome que el amor
es por fin correspondido,
que las angustias pasadas
fueron sólo un malentendido
de anhelo y de celos,
porque en lo intimo del corazón
de ese amor desengañado
pueden recogerse sus cascotes
y restaurarlo en su belleza intacta.
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