En un centro comercial especializado en librería se me ha acercado una escritora haciendo promoción de su último libro, el cual firmaba para el público en un lugar habilitado del almacén. No sabría decir dónde. En otro tiempo el celo profesional me habría impulsado a saciar la curiosidad. Mas a día de hoy me encuentro bastante de vuelta de todo la concerniente con la escritura profesional. Huyo de saraos culturales y de cualquier circo relacionado con la promoción de mis libros. La joven escritora y yo hemos conversado, coincidiendo en lo difícil que resulta abrirse camino, en la actualidad, en el mundo de las letras. Un mundo en donde los escritores abundan casi más que los lectores. Descollar en la literatura es una cuestión calculada de marketing, de la cual reconozco no estar facultado para llevarla a cabo. Hoy, cuando la necesidad no me aprieta, me resbala todo el tinglado comercial del libro, las presentaciones, firmas de ejemplares, entrevistas y todo lo relacionado con la promoción editorial. Incluso publicar no lo considero una condición necesaria en un escritor. Porque, al menos para mí, escribir es una necesidad orgánica, vital. Es una función más de mi naturaleza racional. Es un imperativo que reclama mi precaria mismidad frente al cosmos. Escribo para comprenderme a mí mismo y a cuanto me rodea. Para retener ese tiempo que somos y que se nos escapa. Para contrarrestar ese destino mudo y que nos es la mayoría de veces adverso. Escribir es una lucha esencial, para sobreponernos a la derrota de nuestra efimeridad; un modo de amar aun a quienes nos demuestran indiferencia, una mano tendida a una humanidad que persiste en ignorarnos, Escribir es mi fe de vida.
Una ametralladora incruenta que escupe los proyectiles de mi modesta verdad.
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