Envidia cochina


En estos días he comprado las obras completas de Ernest Hemingway, en una buena edición de Planeta. Nunca fue Hemingway un escritor de referencia para mí. Me hice escritor desconociendo su decálogo. La desnudez de su estilo siempre despertó mis reservas, porque entonces yo soñaba con ser un escritor de campanillas, cuando la realidad es la de un escritor con sordina. Como no fui un niño repelente, nunca pude responder a mi padre que lo que quería ser de mayor era ser Hemingway. De niño, no sabía lo que quería ser, excepto futbolista. La pasión literaria vino luego, cuando se fue desinflando la que sentía por el futbol, defraudado por la mezquindad humana que se observa en el graderío de un estadio. Hemingway era un hombre de acción, o alardeaba de serlo. Experto marino, cazador, aventurero, reportero de guerra, bohemio en París, buscavidas, guiri sanferminero, borracho, amigo de toreros y actrices; tal vez también se lo hizo con Ava Gadner; en suma, era uno de esos hombres conspicuos a los que la sociedad recompensa con deslumbrantes trofeos. No hay restaurante en la tierra que se precie donde no haya él comido; ciudad que no celebre su paso ni bar que no recuerde su francachela.

 El viejo y el mar es una buena parábola de lo que resta a los hombres al culminar de la vida. Esa vida de la que nos vamos tan desnudos como llegamos, aunque se nos entierre vestidos, lo cual no deja de ser una convención, un desesperado toque de alarma a la dignidad. Toda lucha a la postre resulta infructuosa, hemos de dejar lo más valioso en el camino. Pero esto son cosas de fondo, cuando lo que verdaderamente me picaba de Hemingway, y que me impulsó a escribir esta reseña, proviene de un documental que he visto sobre el escritor. Allí aparece un Hemingway pletórico, a quien quedaba algo más que viejos recuerdos, por lo común amargos, y un cuarto de whisky en la botella. Allí sé le ve disfrutar una fastuosa mansión en los Cayos de Florida, también de otra en la añorada Cuba, haciendo migas con Fidel. Yo tenía la idea de que escribir no servía para mucho, que el esfuerzo del escritor se lo llevaba el diablo, pero hay escritores, tales como Hemingway, para quienes la pluma revierte en una existencia no del todo desdeñable, deparadora de inmuebles ostentosos, viajes y aventuras. Ahora, después de lo visto, sí que me parece coincidir con Vila Matas, respondiendo a la pregunta paterna, en que de mayor quiero ser Hemingway.

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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