Escucho por You Tube, en diferentes versiones, el final de 4º movimiento de la 1ª sinfonia de Brahms. Ya en otras ocasiones he referido que es mi predilecta entre las del compositor alemán. Se la llamó la 10ª de Beethoven, no ya por las notorias influencias que en ella se aprecian del genio de Bonn, sino porque significó una respuesta a la estimación wagneriana sobre la imposibilidad de componer sinfonías después de las 9 beethovenianas, cuyo magisterio había sentado cátedra. Aunque por entonces otros compositores como Shumann o Mendelssohn ya habían compuesto las suyas, al parecer no habían sido bien consideradas. Bajo esta sombra fatídica, pues, los sucesores de Beethoven rehuyeron abordar el género sinfónico. Wagner se dedicó a la ópera, Listz creo el Poema sinfónico, Chopin apenas trascendía el piano, y Brahms cumplió la cuarentena escribiendo conciertos y música de cámara. Únicamente, tras tan arduo rodaje y no pocas reticencias, se atrevió el autor de conciertos tan magníficos como el nº 1 para piano y el concierto para violín a enfrentar una sinfonía con todas las exigencias impuestas por las monumentales 9 beethovenianas. Tardó varios años en acabarla, pero el esfuerzo valió la pena. Consiguió romper la maldición. Tal proeza seguramente no fue del gusto de Wagner, a quien incomodaría que un judío le enmendara la plana. Hubo quién la celebró como la 10ª de Beethoven, pero tal suspicacia no molestó a Brahms, satisfecho de haber atravesado la barrera de lo imposible. La sucedieron tres sinfonías más.
La primera versión que se escucha en el montaje documental, es la de Karajan, el cual la reviste del ímpetu beethoveniano que implicaría esa 10ª sinfonía que Beethoven nunca escribió. La siguiente es la de Ozawa, igualmente contundente pero algo más solemne. Pero lo que más llama la atención en ella es que tanto el director como el resto de la orquesta son nipones, circunstancia afortunada que no hubiera imaginado Brahms ni en sus mejores sueños. Otra de las interpretaciones en litigio es la de Böhm, siempre acertada y elegante. La última, por fin, es la de Brenstein, la de mayor dinamismo, desbordada de pasión. La entrada de los metales parece abrir el corazón a las maravillas del cielo.
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