Sí, Italia me llama. Tengo pensado en un futuro pasar allí una larga temporada. La experiencia italiana fue una de las más gozosas de mi vida. Su aliento propició el auge de mi labor literaria. Fueron tiempos fecundos en todos los sentidos. Mis lecturas fueron vastísimas; apasionadas respecto a la Historia del Arte. Apuré cuanto pude las delicias itálicas. Periódicamente, visité Venecia; quise atrapar toda su milagrosa realidad. En ella reconocí la labor benefactora del hombre. Mi formación contracultural, enemiga de todo lo civilizado, tuvo que doblegarse frente al sueño de Venecia. Aprendí a apreciar el "legado" desde una perspectiva positiva. El "sistema" alienante dejó puertas abiertas a la realización liberadora del hombre. Los márgenes de la belleza redimen de la desventura cotidiana. La ciudad deja de ser la cárcel de los inadaptados para transformarse en una alternativa esperanzadora. Otras cosas aprendí en Italia, pues allí mis ojos se abrieron a otra vida con mayúsculas. Pensé que allí podía trascender a ese ánomino que jamás traspasará los límites de su insignificancia. Me hice más Yo contrastándome con los rutilantes Otros. Allí aprendí también que la grandeza también sucumbe y que vivir aún en la pequeñez es lo que da sentido al universo. Italia, o el gozo de vivir. Intuí lo inefable mientras comtemplaba las cúpulas de la Salute doradas por el sol de la tarde. ¡Quiero volver, no me cabe otra elección!
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