Ayer fue domingo. El tiempo no fue del todo esplendido. El sol se abría paso entre el tamiz de nubes que trajo la borrasca del sábado en la noche, dispersando con la lluvia a todos los jaraneros. Mi vida ha transcurrido sin involucrarme nunca en una vida social plena. Contemplo a los gozadores de la noche, su desmadre, su escandaloso griterío, ignorando que la muerte llegara un día a solas, portadora de una realidad intrasferible, y que no la podremos eludir por mucho que nos enajenemos y a la que deberemos de responder en privado. Entonces, escucharemos el sonido genuino de nuestro propio dolor y el paso de la sombra que camina hacia nosotros; no nos valdrá el escaqueo ni posponer la cita.
Sí ayer fue domingo. Repetí los pasos de tantas mañanas de domingo. Jugué al Bonoloto. Visité el rastrillo frente al Ayutamiento. Me dijeron que los libros que dejé no se habían vendido. Lo esperaba. Es difícil la difusión de sus obras para el escritor sin apoyos, que se forjó a sí mismo lejos de la enseñanza estatuida, sin conexiones culturales ni políticas, ni promocionales, y que no pertenece a ninguna etnia homologada ni tribu urbana, en suma, un francotirados a contracorriente. Tengo todas las de perder, lo sé. A pesar de ello no me desanimo. Pues para mí escribir se ha convertido en algo que va más allá de mí, de mi propia necesidad. Ya nada puede detener mi hemorragia verbal. Me causa tristeza reconocer que mis educadores no trataron de trasmitirme el saber, sino unas conveniencias a la que se habían acomodado y que les permitía salvar el tipo. El saber no se reconoce, sino el haber cumplimentado el trámite. Es necesario responder a los cánones , de lo contrario nunca cumplirás el cupo y tu voz no será oída. Alguien ha trazado unas reglas que excluyen a quien no satisface el peaje aunque sea infalible con las canicas. No te dejarán rascar bola.
En una librería, una joven escritora que promocionaba su obra "vacilaba" ante un muchacho y su familia con historias de nunca empezar y tal vez cuentos de nunca acabar, cortinas de humo que impedirán de por vida al neófito ver por donde vienen los tiros. Sí, definitivamente, no estoy hecho para el ministerio de escritor, para manipulador de ensueños sociales y lanzador de globos imaginarios. Para cuando llegue el día, conozco la senda de los elefantes, pero seré consciente del terreno que he pisado y que el camino no me conducirá, confundido, al reino de Babia.