Tenía su "aquél",
como me señaló un amigo.
Era menuda, pero siempre
me gustaron las mujeres menudas.
La conocí sirviendo copas
tras la barra de un beódromo.
Acudía allí yo,
enamoradizo narciso,
a contemplar la belleza
que mi timidez idolatraba,
y que al igual que un creyente para con su ídolo
-pecado reiteradamente perpetrado-,
su imagen veneraba.
Sé que en ella a su vez anidó
un pequeño gérmen de simpatía.
Especialmente una noche sentí
su caricia como la esperanza
de un flotador tras del naufragio.
Hoy la he vuelto a encontrar,
hartos de cumplirse los años,
a unos pasos escasos
de donde me servía las copas del descarrío.
Ha sobrevivido entre la jungla de la disipación,
de donde yo tuve que huir como un pardillo,
como nenúfar sobre las aguas polutas.
Su belleza ya no seduce,
aquel aquél se ha desvanecido,
pero aún se conserva algo de la sal
con que se sazanaron aquellos viejos recuerdos.
0 comentarios:
Publicar un comentario