Cuando la plena juventud,
me tragó en su vorágine la noche,
perseguido en mi carrera
por los sicarios del mundo y sus jaurías.
Masqué carbones encendidos de desolación.
Mi corazón se derritió entre sus brasas
y su hueco invadieron tormentos aberrantes.
No quiero que esta ignominia se repita;
la honra y el honor el miedo aplaquen.
Y cuando sañudos vuelvan
los chacales del infierno,
me hallen firmemente al suelo afianzado,
osado el corazón, la espada alerta,
presto para vencer o morir en la refriega.
Ya no soporto la condición de ilota
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