El autor, no recuerdo su nombre, había situado su exhibidor en un lugar preferente de la librería, la cual pertenece a una cadena bien reconocida que frecuento a menudo. Sobre el panel destacaban un par de ejemplares de distintas obras. Reclamó mi atención el neófito en un tono deferente, presentándose con uno de los ejemplares en la mano. Me comentó que el libro se adscribía al género de novela histórica, en el que se recogía un episodio relativo a la remota historia alicantina. Le respondí que, aunque vernáculo, desconocía la vieja memoria de la ciudad. Se apresuró a esbozarme el acontecimiento a que hacía referencia. Le contesté que prefería acercarme a la historia a través del ensayo, conforme nos la trasmiten los historiadores. Insinuó que tal aternativa debía de resultar farragosa, que mediante el relato novelado los hechos se divulgan con una mayor amenidad. Insistí en mis reticencias hacia la novela histórica como género; aclaré que salvo excepciones (Bomarzo, Memorias de Adriano, Yo Claudio) prefería el rigor historiográfico y que, en cuanto a la amenidad, para mí la lectura en tanto presentaba más complejidades se me hacía más estimulante. Balbuceó; ignoraba cómo rematar la suerte. Le eché un capote, afirmé que yo también escribía y que por imponderables de la pensión precaria que recibo del estado, me resultaba inviable adquirir su novela. Se despide, retrocede y pasa de mí, buscando otro lector más asequible entre la clientela. Aparte: (Peripecia corriente entre los que aspiran a escritor).
Por internet descubro un ejemplar de mi novela Un amor de Bécquer en una libreria de lance de la ciudad. Me precipito en su busca. Ya en la librería, mediante el ordenador confirman la existencia, que se conserva en el almacén. Cuando lo traen, la dependienta me recuerda que esta firmado por el autor. Le revelo que el autor soy yo y las circunstancias por las que realizo la compra. El libro resulta más barato de lo que se vendía por internet. Me sorprende la pulcra conservación del ejemplar; resalto que no deben de haberlo leído. La empleada aduce que hay lectores muy cuidadosos. Quizá- pienso- utilicen la asepsia de unos guantes clínicos. Eso debe de ser. Esperemos que su lectura no fuera igualmente aséptica. La tirada editorial fue pequeña y, aunque esta en preparación la segunda edición, siempre es recomendable conservar ejemplares de la 1ª por si las moscas. Alguien me recordó hace unos días que Van Gogh no vendió un cuadro en su vida. ¡Qué futuro nos espera a los autores anónimos!-lamenta el que suscribe.
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