Leo admirado, Tirteo,
tu loa encendida y solemne
a la furia guerrera.
La nobleza la ves en el hombre
que en el más crudo rigor de la pelea
se arroja a su pugna sin miedo a la muerte.
En cumplir lo que el valor reclama
señalas que reside la virtud suprema.
Tal vez lo ignoras, Tirteo,
pues tus días remotos no conocieron
la nueva proclama pacificadora
de ese Dios desconocido
que también venerásteis los griegos,
donde se advierte
que es en el amor y no en la guerra
donde se halla la meta
que debe perseguir el hombre
para alcanzar gloria perfecta.
En verdad, entre estas dos virtudes
la raíz del dilema se encuentra.
Pero bien sabemos, poeta,
que no hay mayor amor
que el de aquel cuya vida
por sus iguales entrega
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