VENECIANAS VII: MARCA DE AGUA

Joseph Brodsky es uno de los pocos hombres que han merecido un raro privilegio: el de ser enterrado en el cementerio de San Michelle de Venecia. Comparte tales honores, si semejante circunstancia cabría ser laureada, con su compratriota, el genial Stravinsky, y con el poeta angloamericano Ezra Pound. La melancólica belleza de la isla durante las mañanas brumosas, digna de arrancar las rimas de los dolientes bardos o los pasajes añorantes de los adagios de Albinoni, circunscribe el enclave como el ideal círculo dantesco donde aguardar la eternidad. Velará ese sueño indefinido del sepulcro la resplandeciennte proporción de la iglesia de San Michelle in Isola, donde, en la quietud de sus naves, el rumor de la plegarias intercede en el protocolo de los cielos.


Joseph Brodsky llegó a Venecia por vez primera un gélido diciembre; desde entonces sería el invierno la época escogida para su anual peregrinaje. Suponemos que para un nativo de San Petersburgo el invierno veneciano debía ser como una dulce primavera. En cualquier caso, durante sus primeros contactos, el escritor, y futuro Nobel, mantuvo la mirada lúcida y no se dejó envolver por el fláccido romanticismo con que la ciudad cautiva a ciertos espíritus, hasta hacer resbalar agridulces lágrimas. El hecho de que asomara en Venecia una noche glacial a través del mussoliniano espejismo de la estación de Santa Lucia, debió influir en su relación inicial con la ciudad; por lo que parece, no fue un amor a primera vista; no se dejó arrebatar por su abrumadora seducción momentánea y fue penetrando su intimidad con la sutileza del sumiller al catar un buen chianti, sin menospreciar por ello los exquisitos caldos vénetos.


Su ponderación de la ciudad fue honesta: supo calibrar sus excelencias y padecer sus horrores; aunque convengo en que su juicio participó de cierto aséptico rigor báltico, lejano de la renuncia apasionada a la que solemos entregarnos los meridionales. Al asumirla, discernió con perspicacia su secular espíritu de agua y tiempo, y reconoció en su condición especular la azogada visión de su esencialidad onírica. La Venecia que vivió, lejos de ser la estereotipada del turismo, fue la de las callejuelas truncadas que se insinúan en minoico laberinto, la de las fachadas descarnadas de estuco que descubren su osamenta de ladrillo, la de los campi desolados de las mañanas invernales que pergeñan la nervadura quebrantada de los árboles, presididos por la énfática inclinación de los campaniles. Sus paseos debieron de ser largos, arriba y abajo de las fondamentas, esfumándose de repente su fisonomía entre las brumas, aspirando el olor a algas putrefactas que emana de los troncos petrificados sumergidos bajo los muelles, sacudido su rostro por el viento racheado de la laguna, que azota la Fondamenta Nuova mientras la mirada discurre por los largos muros del cementerio San Michelle, como si su perímetro encerrara la respuesta a nuestra más profunda incognita.

Dicen que la fondamenta degli Incurabili, en le Zattere, descubre para Brodsky la visión más entrañable de Venecia. Sobre un muro conmemorativo se define el ligero trazo de su perfil, desde donde observa ya su Venecia eterna. Cuando nosotros nos encaramamos a la balaustrada del puente y columbramos cuanto circunscribe tal horizonte, nos invade cierta perplejidad. El canal de la Giudecca no resulta en exceso evocador; en realidad, se conforma como el arrabal de la mítica Serenísima. Ostenta, sí, el vigoroso dinamismo de su tráfico marítimo, como avanzados propileos que nos anticipan la magnificencia de esa acrópolis adriática que nos espera. Espejean bajo la luz tamizada del sol las clasicas proporciones del templo del Redentore, con su Cristo bendiciendo sobre la linterna de su cúpula como vigía en la cofa de una nave a la deriva ; a nuestra izquierda, Zitelle, con su blancura de novia recatada; al fondo, a la derecha, la inusual mole del molino Stucky, en la vastedad de su asolamiento de factoría abandonada. En verdad, no discernimos a ciencia cierta lo que supo ver, porque sus ojos miraban con otra óptica, la del corazón. Estamos seguros que, para el más íntimo Brodsky, tal "vedutta" cobraba visos de su más eterna esperanza.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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