La plaza de la Signoria, en Florencia, constituye uno de esos marcos incomparables de Italia. Presidida por el airoso torreón del palacio Vecchio, enmarca ese área ciudadana de la vieja república, dispuesta a acoger todas las inquietudes políticas populares. A las puertas del viejo palacio se yerguen las estatuas de David- actualmente una copia- de Miguel Ángel y el Hércules y Caco de Bandinelli. En el primero, intentan representarse las buenas virtudes que ornaban a la vieja república florentina, y, por su parte, el Hércules ,seguramente, viene a representar la soberanía que mantuvo esa Signoria sobre sus enemigos durante sus luchas que, al igual que para Hércules sus trabajos, fueron constantes.
Además, encierra la plaza el complejo escultórico al aire libre más rico del mundo. Bajo el techado de la loggia dei Lanzi se pueden admirar obras maestras de Cellini y Gianbologna, que para sí quisieran muchos de los museos internacionales. Especial vistosidad le da a su vez la fuente del Neptuno, de Anmannati, erigida para recalcar el esplendor mediceo y a cuyos pocos pasos fue levantada la pira en la que fue inmolado Savonarola, donde una placa circular sobre el pavimento nos lo recuerda. Perpendicular a la fuente, y acompañándola, se erige el monumento ecuestre de Cosimo I, gran duque Toscana, que alcanzó para los Medici la dignidad principesca. El monumento carece de la vistosidad del Colleoni del Verrochio, en Venecia, pero confiere a la plaza cierta solemne dignidad institucional. No hay que olvidar, a fuer de precisos, la Judith y Holofernes, de Donatello, que pese a su reducido tamaño destaca por ser el primer grupo escultórico que se instaló en la plaza.
La plaza de la Signoria fue en su tiempo ese centro de la vida política y comunitaria florentina, como la del Duomo lo fue en lo religioso, y en el ella se concentraron todas las manifestaciones ciudadanas de la República. Allí acudía el pueblo a revindicar su adhesiones o a proclamar sus fobias. Y tales tumultos debieron ser hasta tal punto preocupantes, que obligaron a construir a sus gobernantes -los Medici- un pasadizo elevado que los comunicara con uno de sus palacios- el Pitti- cuando de los ánimos encrespados del populacho pudieran derivarse aviesas intenciones, lo cual ocurrió con bastante frecuencia si repasamos la agitada historia local.
Allá donde se mire, la plaza ofrece un estimulante recreo para la vista, hasta el punto en que supone una inigualable experiencia visitarla y permanecer un buen rato sentado a los pies de la Loggia disfrutando del noble trazado de sus palacios; porque allá donde miremos quizá pudieramos toparnos con una fachada proyectada por Rafael Sanzio, intercalada entre los no menos bellos ejemplos medievales. Nos sorprende que el mundo haya aspirado además de al poder, a la belleza.
La plaza hoy continúa siendo centro de esos fervores populares, aunque se vea desplazada un tanto por la moderna plaza de la República. Pero en su incomparable marco aún puede seguirse esa agitada vitalidad que acompaña a la ciudad en su latir cotidiano; por eso no resulta ilusorio ver acercarse por la via dei Calzaiuoli una revindicación obrera o una solemne procesión de Hare Chrisnas, portando en andas a su inmutable santón de rostro acartonado y sumido en un enajenado nirvana a traves de la perplejidad de la muchedumbre, que todavía puede sorprenderse por estas pequeñas cosas insólitas, con tales radicales contrastes.
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