Tiziano, el más celebrado de los pintores vénetos, no nació en Venecia sino en Piave da Cadore, un pueblecito en las estribaciones alpinas. No obstante, fue reconocido como el hijo más amado y universal de la república y gozó de una particular consideración por parte de la élite aristocrática. Sin embargo, la presencia de la obra ticianesca en la ciudad de la laguna resulta algo rala y salvo las obras que se conservan en el palacio Ducal y su Santa Maria Asumpta, en I frari, su catalogo puede parecer un tanto decepcionante. Destaca este contraste al confrontrarlo con la obra casi omnipresente del Tintoretto. Puede conjeturarse sobre esto el que Tiziano gozaba de un mecenazgo europeo, que su pintura era reclamada por casi todas la cortes con algún predicamento en su época y que el mercado del Tintoretto se reducía casi con exclusividad a encargos destinados a la propia Serenísima. En parte esto puede ser cierto, si contamos que un cierto número de la obra que Ticiano realizó en Venecia se ha perdido como resultado de incendios o a causa del deterioro inherente al paso de los siglos, tal como ocurrió con los frescos que junto a Giorgione realizó para la fachada del Fondacco de Tedeschi.
Como la de Giorgione, pues, su obra puede ser reducida pero justamente valorada. Quizá el mejor Ticiano lo gozamos nosotros en España, con los valiosísimos ejemplos que guarda el museo del Prado, como el retrato equestre del emperador Carlos V, vencedor en Mulhberg, la leyenda ovidiana de la Danae, desnudo donde se sublima la belleza femenina, y el fabuloso retrato de Federico II Gonzaga, por citar solo algunos ejemplos. Por esta aceptación indiscutible de que gozó en su época, su obra se halla más bien dispersa, de forma que uno puede encontrarla, hoy día, en cualquier parte del mundo.
Puede equipararse el logro de Tiziano en Venecia al que alcanzó Rafael en Roma, pues ambos supieron mantener la incondicionalidad de los diletantes y presentar ese acabado insuperable de sus obras que la codicia de los mecenas no podía soslayar. A ambos se le abrieron todas las puertas y gozaron de una excelencia cuyo usufructo no estaba reservado a los pintores, pues nuchos de ellos soportaban una condición de clase minusvalorada, pese a que la historia ya había conocido el emerger de esa dos figuras sinpares, Leonardo y Miguel Ángel.
Dicen que Ticiano debió parte de su aprendizaje al Giorgione y que éste le apuntó el camino que debía seguir. Todo esto es muy difícil de precisar, pues mientras tratamos de resolver la incógnita de la Tempestad, se nos escapa el resto de su obra. Lo que si sabemos es que Ticiano redondeó el estilo veneciano, canonizó el color de los Bellini y reacomodó el espacio, dando un paso por delante del Mantegna y descubriendo esa profundidad aérea que el Giorgione ya insinuara en los escasos ejemplos renovadores de su obra.
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