Meritoria y loable aportación de la cimematografía inglesa sobre el siempre inquietante enigma shakespeariano. Nuevamente nos encontramos con ese sólido producto con que los ingleses gustan retratar su historia, sin reparar en timoratos pudores. En este caso, la figura de su autor más universal es puesta en la picota. El tema nos es nuevo, y en Inglaterra tal cuestión es del dominio público.En España, sin embargo, no alcanza singular relevancia, como si dijéramos que es una cuestión que ni nos va ni nos viene, pues corresponde a esos trapos sucios que se dan aun en las mejores literaturas, en este caso la británica.
La película ofrece un retrato encomiable del período isabelino, con sus intrigas cortesanas, sus fastos palaciegos y nobiliarios, y ese pulso de su vigorosa vitalidad que significaba su teatro, en un Londres magnificamente reproducido por las técnicas más actuales. En Anonymous, el director Roland Emerich, se aleja del tono de comedia imperante en su predecesora Shakespeare in Love, y penetra en la vida del Bankside con una mirada más ácida, con un, entrecomillas, crudo realismo. A lo largo del guión se pretende dar cierta luz a ese período crucial de la vida literaria inglesa, en tantos sentidos pareja a nuestro Siglo de Oro, y que dió figuras tan relevantes como Marlowe o Jhonson. Pero qué duda nos cabe de que ese período, en Inglaterra, se halla ocupado y condicionado por una figura capital para sus letras y aun para las universales: William Shakespeare.
Pero, ¿ quién fue este genio tan transcendental que rebosó de pletórica vitalidad la historia de los escenarios? Si nos ceñimos a los documentos históricos estrictos que nos han llegado, el hijo de un fabricante de guantes, natural de Stradford upon Avon, de relativa cultura, que inmigró a Londres en busca fortuna y ejerció como actor en los teatros del Globe y La Rosa. La conjetura se suscita al tratar de contrastar a este hombre, de biografía más bien mediocre, con el autor de una obra tan fudamental e incomparable como la firmada por William Shakespeare. Una parte de los admiradores de su obra, no sin cierto snobismo, han conjeturado que esta autoría debió corresponder a un ingenio de profunda formación, conocedor del corazón humano, familiarizado con los resortes del poder y augur de esos fuerzas solapadas que hacen girar la rueda del mundo.Parecieron encontrarlo en la personalidad de Edward de Vere, conde de Oxford, pues tanto su cronología, coincidente con la gestación de la obra shakespeariana, como las aficiones literarias y su propia vida, con sombras aún por disipar, hacen presuponer su parentesco literario tan justificable como el que pueda corresponder al William Shakespeare de Stradford.
En este sentido el film acierta al presentar una figura convincente, envuelta en la magia del creador, al tiempo que protagonista de los vaivenes politicos de su tiempo, de los que sus obras eran concluyente reflejo. En él tales creaciones alcanzan la dimensión de un espíritu superior, para el que la palabra es aliento vivificador y luz transformadora de la propia alma, cuyo camino es impracticable si se desconoce la esencia de las cosas y donde su verdad sólo pervive por ese aliento que es la palabra, nítido espejo de la misma vida.
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