La democracia ateniense se ha constituido al correr de los siglos en paradigma de los sistemas democráticos mundiales. A la par que el régimen oligárquico espartano resulta representativo de los totalitarismos. No en vano el nazismo alemán encontró en él tantas facetas a emular. Ambos regímenes sobre el papel tienen sus aciertos y desaciertos; pero de ninguno de ellos se pueden entresacar sus virtudes y defectos hasta que no se los experimenta en el crisol de lo humano.
La democracia ateniense fue un modelo participativo que defendía la libertad del demos y en cuyas asambleas el individuo tenía la facultad de desarrollar su faceta de animal político. La polis se convertía en el marco donde el ciudadano podía expresar su libertad, siendo garante de que se escuchara en sus foros la voz de los más débiles. Pues entonces, como hoy en día, el peligro que la democracia acarrea es que el poder se concentre en una o dos de sus facciones, prevaleciendo así la sanción de la mayoría sobre el resto de los partidos, lo cual deriva en una forma de hegemonía excluyente. Cabe hacer notar que durante el período que rigió la democracia en Atenas, fueron notorios tales ejemplos. Con Pericles, tenemos el ejemplo de una democracia controlada por un hegemón que arbitre sus desmesuras, al tiempo que con Cleón asistimos a la imposición de una política regida por una facción, del tipo de los rodillos de las mayorias absolutas de nuestra época. No sabemos, de no haber ocurrido la debacle de la guerra del Peloponeso, hasta dónde hubiera alcanzado el desarrollo de la democracia ateniense. El fruto de ese germen de libertad en la historia se desvaneció ante la presión de la oligarquías, que en Atenas impusieron el régimen de los treinta tiranos, bajo cuyas intrigas, aunque ya restablecido un nuevo período democrático, el estado hizo probar la cicuta a Sócrates.
El régimen democrático no contó con la aquiescencia de lo pensadores de la antigüedad, para quienes gozaba de mayores simpatías el régimen autárquico espartano. Para Platón, la democracia se inscribía entre el peor de los gobiernos, pues su evolución solo podía desembocar en la anarquía, poniendo en evidencia todas las lacras del demos. Todo ello era lógico, pues Platón albergaba un concepto sagrado de la vida y del gobierno, concepto que la gran masa de desfavorecidos estaba muy lejos de asumir, pues para ellos la existencia comportaba un carácter bastante menos que satisfactorio. En un mismo tono, y sin ocultar su proclividad espartana, se expresaba Jenofonte, el cual acabó sus días lejos de Atenas, bajo la hospitalidad de los lacedemonios. Y a ambos habría que sumar la consideración de Aristóteles, en cuya Política tampoco tuvieron gran predicamento las consideraciones democráticas. Todo lo cual nos hace pensar que si la democracia fue un valor depreciado y anacrónico de la edad clásica, se ha constituido quizá como el régimen más factible y con mayor preponderancia, a juzgar por sus frutos, en el curso de nuestra edad contemporánea, en la cual ha encontrado un marco geopolítico aceptable y las condiciones favorables, si no idóneas, para su desarrollo.
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