Seguramente que la Academia de entonces no correspondía con la majestad que reviste hoy día, ni tampoco los precarios restos que subsisten en el área de areopágo se corresponden con el esplendor que gozaron en su siglo. La de entonces y la de ahora poco tienen que ver, aunque en verdad su espíritu persiste en el gozo de las tabernas adyacentes al viejo Ágora, en los bulliciosos mercados de Plaka, o en la actividad naval del Pireo. La vieja Atenas ya nunca la recuperaremos, pero bástenos imaginarla con esos ojos vivificadores de la imaginación. La Atenas de Sócrates, Pericles, Alcibíades o Jenofonte inundará nuestra alma con su sueño embriagador, resplandeciendo bajo la brillante luz de Apolo.
Esplendores de Grecia
Cierto que para quien visita Atenas, la ciudad muestra una extraña incertidumbre. Porque el visitante la observa con los ojos de la imaginación. Facultad que lo remontará hasta esas épocas de clásico esplendor, cuyo contraste con su apariencia moderna evidentemente chirría. No cabe imaginar en la Atenas de hoy el simposio de Platón, el paseo sosegado de los peripatéticos, o el tonel de Diógenes en la plaza Ommonia. Porque la Atenas de siempre tuvo un calado tan tremendo, que el turista solo se encuentra justificado cuando asciende hasta la Acrópolis y se solaza con la visión de sus monumentos.
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