A Heinrich Mann, al contrario que a su hermano Thomas, se le recuerda hoy día de un modo un tanto vago. Pocos deben ser los lectores que se han acercado a su obra, y si lo han hecho ha sido de forma indirecta, a través de una película de Sternberg, protagonizada por una transgresora Malerne Dietrich: "El ángel azul".
El ángel azul es la patética historia del profesor Unrat, donde se retrata la peripecia de su naufragio moral.Unrat es el típico burgués, asentado en su convenciones y prejuicios, que ve desmoronarse ese tampantojo de hipocresía que lo recubre, al permitirse el desliz de echar una cana al aire. El hombre, sustentado por todo el entramado con que la moralidad establecida lo guarece, descenderá al nivel de un pelele, a manos de la cabaretera Fröhlich, criatura de la ciénaga cuya catadura moral no conoce lo que es el escrúpulo. La pérdida de esa ilusoria inocencia hace que el edificio de la integridad de Unrat se desmorone bajo los pies. En la radiografía de este antihéroe, Heinrich Mann echa mano de toda su sutileza sicológica, describiendo en el lacerante proceso cómo puede devenir irrisoria la más encorsetada solemnidad. Pero la suerte de Unrat no tiene nada de cómica, sino que sucumbe a la desolación más trágica. Quizá no descubramos en ella la sangre, la tribulación, el cadáver, pero sí el convencimiento de la muerte moral: drama acaso mayor que la misma extinción.
La novela de este otro Mann convence, mueve a la reflexión y no deja indiferente al lector; tal vez no repentinamente lo haga en el lector joven, pero si en aquel en cuya vida hayan coexistido las luces con las sombras.
De Heinrich sabemos que daba réplica a las densas conversaciones mantenidas, sobre lo divino y lo humano, con su hermano Thomas. Conversaciones de una ostensible profundidad, similares a las que introduce este último en su gran novela "La montaña mágica". Todo hace suponer que Ludovico Setembrini es un trasunto del propio Heinrich. Y acaso no haya,en la historia de la literatura, coloquios más sustanciosos que los que entabla el italiano con el pequeño Naphta.
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