Bonaparte en la literatura

He iniciado la lectura de una nueva novela: Los cien días, de Joseph Roth. Leí con gusto su Marcha Radentzky, aunque no me pareció esa obra genial. Los cien días tratan del retorno de Napoleón desde Elba hasta su debacle en Waterloo. No dudo de que el magnetismo del emperador subsiste a través de los siglos.
Se puede enjuiciar su trayectoria desde muy diversos puntos de vista. Desde una reflexión objetiva de la historia, el legado napoleónico presenta un contraste acentuado de más sombras que claros luminosos, aunque se nos pretenda remarcar ese "Sol de Austerlitz". La evaluación tolstoiana de "Guerra y Paz" lo defenestra históricamente. El hombre que salvó la revolución domesticándola, levantó la furia de Marte por toda la geografía de Europa, sembrando sus campos de cadáveres y sus despensas de hambrunas. El hombre providencial Bonaparte, como Napoleon I fue azote del orbe. En cualquier caso, su obra era una purga que debía apurar la modernidad, un mundo que debía responder a nuevas y acuciantes exigencias.
Si la mirada que Tolstoi dispensa a su figura no deja de ser execrable y condenatoria, encontramos una réplica más lenitiva en el formidable retrato que nos hace del Napoleón hombre la deliciosa biografía de Emil Ludwig. La de Ludwig es una visión subjetiva del personaje, un acercamiento al individuo privado, real, lleno de todas las contradicciones que confluyen en todo ser humano. En ella descubrimos al ciudadano Buonaparte, joven lleno de ambiciones, sumido en las adversidades de la vida, con el atisbo de un futuro que no lo librará de la mediocridad. Pero pronto veremos obrar los engranajes del destino, que como rápido torbellino lo aupará hasta la cima de sus ambiciones. Tolón, Italia, el 18 brumario lo conducirán hasta esa ocasión privilegiada de la historia, cuando la Francia revolucionara pudo reconocer a todas las monarquías de Europa prosternadas a sus dictados. El genio militar de un hombre transfiguró la realidad europea y estableció las nuevas directrices para el mundo moderno. No es fácil, tras meditar sobre la obra de Ludwig, ver la figura de Bonaparte sin simpatía. Como tampoco resulta hacerlo, tras analizar los comentarios encomiables sobre el emperador, tal como a través de su obra nos hace Stendhal.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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