ARETÉ

La "areté" es el concepto que enmarca el ideal del mundo clásico griego. Resumía lo perfecto, lo noble, lo bueno; en términos morales, definía su virtud. En busca de tal logro se afanaba el hombre griego antiguo. En el fondo de su paideia quizá se encontrase esa meta. Acaso los educadores sofistas la mantuvieran como su principal premisa en su tarea de modelar a la juventud de las clases dirigentes. Pues para estas clases, protagonistas preponderantes en una bien trabada sociedad de castas, la posesión de estas cualidades sin pares marcaba las diferencias.

La areté era casi consustancial a la clase aristocrática (los Agatoy), cuyo propósito en la vida era hacer brillar su excelencia y su superioridad sobre las clases menos privilegiadas. El noble debe ser sobresaliente en la guerra, en la cultura, rico, poseedor de una gran extensión agraria  y de una estimable cuadra de caballos. Su vida se planteaba en pro de estos fines. Para ello empleaban su tiempo en los quehaceres y adiestramiento que les eran aconsejables. En una sociedad belicista como la espartana, su vida se veía consagrada a las exigencias de la guerra. Para ella eran formados desde la infancia, y puede decirse que para ninguna polis helena la areté pudiera tener mayor significación. La nobleza durante el tiempo que no la reclamaba el campo de batalla, se adiestraba en la caza, en las crianza de sus yeguadas, y se solazaba en los simposio, donde además de beber y seducir a los efebos, cultivaban su espíritu con el recitado de los poetas.

La areté siempre mantuvo ese barniz de ideal griego. Desconozco si en Atenas, durante el régimen democrático, llegó a empañarse su cultivo. Sabemos que en el propósito de Pericles (que no dejaba de ser un Alcmeónida) contaba buscar para su polis objetivos consustanciales en virtud y poderío. Por otro lado, el talante de Pericles no puede ser más inequívoco en la prosecución de tales fines morales. La areté fue el motor que llevó a los griegos a mejorarse a sí mismos, a medirse en agones y justas, hasta alcanzar esa optimización que, una voluntad que conquistó y convenció al mundo, exigía. Solo al empalidecer este ideal, con la desmoralización del hombre romano, se consumó ese transvalorización de valores que predicaba el cristianismo, donde el amor y la paz, términos antitéticos de la guerra y eros, demolieron los pilares del mundo clásico.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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