Se desliza la tarde como cadencia de mujer al andar.
En el gramófono suena la primera de Brahms,
mientras el flexo recoge el vuelo de un silencio
que va de Nietzsche a Maurois.
Congrega la tarde las escamas del tiempo,
y tal vez en la calle un poco de lluvia, el viento.
Mi oratoria se diluye en la pantalla de cristal
y descubre mil ventanas que no me saciarán:
Neruda, Descartes, Tahití, Aldebarán,
son como aguas fugaces
en las anárquicas fuentes del eterno pasar.
Café tras café, el teléfono muerto
rubrica esa llamada que nunca llegará.
¡Será la voz de la nada la que permanecerá!
Escribir, leer, es mi humilde libertad.
¿Conjugaran mis letras algún verbo elemental?:
sentir, vivir, amar. Renunciaré al deseo,
y acaso nuevas rosas florecerán.
La tarde disuelve sus luces,
mi alma entre sombras está:
una biografía de Lorca, algún opúsculo de Kant,
y en el gramófono aún suena la primera de Brahms.
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