De aquel error yo estoy arrepentido.
Porque era un huerto
donde ya otros habían cultivado
y mis semillas nunca debieron
profanar sus surcos.
Era terreno vedado y lo sabía,
pero una deriva irrefrenable me condenaba
a cultivar con mi sudor y mis flujos
aquel fruto avernal.
Descubrí la contaminación del pecado,
un lodo correoso imposible de lavar.
Disolverse en el pantano de la lujuria
y conocer de la luna su centinela infernal;
reconocer de unos brazos que son
serpientes enrolladas de cuyos nudos
no te puedes desligar y encenagarte
en el beso degradado del mal.
Desde entonces conocí el universo
de la sombras, una cadena de eslabones
de maldad, el extravío en un laberinto
cuya última puerta nunca sabrás cuando cerrar.
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