En la tarde sosegada
-es la canícula de julio-,
una campana fría,
admonición de un cielo perentorio,
espejo de esa luz
tácita y duradera,
centinela del alma, mensajera.
La matriz del silencio se quiebra
en la oquedad del bronce,
su tañido estremece los azules
y de las golondrinas el vuelo leve.
En Alicante el tiempo cede
y se rasga la pereza solaz
que la campana abre,
como un filo que recorta
las alas del aire,
y a cuyos sones de plata
trasparentan jirones de tarde.
Con su eco rotundo interrumpe
la paz remansada
y esparce su anuncio
reclamando para el templo su mesnada.
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