
Encuentro que los grandes clásicos no se encadenaban a las formas y daban rienda suelta a la imaginación desbordada. Cervantes, que creó el arte de la novela, lanzó a su personaje a la llanura sin límites, en la que cabían todas las posibilidades de desarrollo. No hubiera existido Dumas sin el factor sorpresa, y de Balzac reconocemos su plenitud en su anarquismo narrativo, donde llevado por el numen agota hasta el último hervor el discurso. No hay novela más lejana de la proporción que Eugénie Grandet, cuando en la sola descripción de Monsieur Grandet consume dos cuartos del relato; pero no podemos encontrar en tan meticuloso pormenor más que la prosa más enriquecedora. Como tal ocurre asimismo en le Peau de Chagrín, donde reconocemos al gran Balzac cuando su relato se despoja de toda funcionalidad, y ya no describe sino divaga. Es entonces cuando nos engancha y el hilo de su imaginación nos conduce hasta el trance estético.
En la actualidad, siguen perviviendo el fanático de la forma y el cuenta cuentos; quizá a ambas tendencias se les puedan plantear objeciones. Quien sigue el camino experimental puede disolverse en la línea que traza el horizonte del arte, perdiéndose en lo ignoto u olvidando lo que es la esencia misma de la escritura: la comunicación. El que cuenta sin más, siempre le cabe encontrar un lerdo que lo escuche. Escribir bien quizá se resuma en el logro del equilibrio de estos dos heterogéneos senderos, ese anhelado vínculo entre el contenido y la forma, vital para cualquiera de los géneros, en literatura.
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