Las criaturas vagan orgiásticas
por la reciente noche sabatina,
beben, fuman, esnifan;
hablan, se abrazan, ríen, jalean.
Prueban a ser humanos
sin mañana, ávidos de pasiones,
glotones de besos, como si
la sombra del infortunio
no hubiera cruzado su puerta.
Sin duda no conocen
el rigor de la carencia,
el amargor de la derrota,
la soledad de ser hombre,
la llaga del rencor,
el áspero fruto
en el campo agostado,
la devastación tras la tormenta.
Sin duda tal vez alguno
haya cauterizado la herida
de un desamor, o quizá
sacado las cuentas con la vida;
pero seguro ninguno
habrá leído a José Hierro,
habrá renegado de la flor
indemne que ha arrancado,
reconociendo de que para su conciencia
ha sido un impostor.
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