Yo derrochaba la indolencia juvenil,
aspirando el aroma de las flores,
acariciando la turgencia de las rosas.
Hasta que un día, penetrando la fragancia
de la noche, vi al diablo.
Vi el fuego de sus ojos,
supe de sus astucias y sus vendettas,
de sus espíritus de maldad
en las regiones celestes;
acosado por sus puyas
supe del sabor de la muerte,
de la corrupción del alma
cuando en ella ha penetrado
la gangrena de maldad.
Todo el cuerpo está contaminado;
no hay espacio indemne
donde buscar refugio.
Pero él no actúa solo:
tiene sus sicarios
por los que trata de inocularte la derrota.
Aun siento el aliento de sus babas en el alma,
el escalofrío en la piel al rozar sus escamas.
Olvidamos que tras la caída en el paraíso
reinó la sombra del terror.
La malicia levantó la vergüenza de la quijada con Caín,
que aún sigue golpeando, aún sigue golpeando.
mientras que el mundo sea mundo,
reino exclusivo de Lucifer
hasta que suenen las trompetas ineluctables del juicio
y nos rescaten,
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