Leo el Viaje sentimental a Egipto, de Terenci Moix o del Nilo. Espléndida crónica de viajes a un país de oriente, donde se desmenuza el pormenor de esa cultura milenaria. Libro escrito desde la pasión, deteniéndose concienzudamente en los detalles que para cualquier turista al uso pasarían desapercibidos. Buen conocedor de la historia del más longevo imperio, Terenci discierne entre ese contraste del peso de los siglos y del sucederse de las culturas. Su mirada se posa tanto en la historicidad como en lo cotidiano, deslindando entre el mestizaje de las culturas y lo exclusivo entre la modernidad y lo antiguo. Sabe descubrir la belleza donde inesperadamente nos hiere la retina y trasciende nuestras emociones. Su guía exigente nos descubre desde el caos cairota hasta aquel santuario perdido del desierto. Nos ciega con su luz, aplastante en los eriales del escorpión y la cobra. Nos recuerda la feracidad del valle nilota, salpicado de palmeras, sicómoros, acacias, cañaverales; fragante de lotos, jazmines y acacias y frutales arbolados. Nos habla de sus templos, hipogeos, cenotafios y sepulcros. Escruta en su panteón. Analiza cada uno de sus mitos. Se maravilla con el visitante en Giza, ante las imponentes pirámides del imperio antiguo. Allí, sueña junto a la Esfinge, como un rezagado de la expedición napoleónica, de la que solo la arbitrariedad de los dados del tiempo le han vedado el protagonismo. Junto a él hemos percibido el hedor de momia carbonizada del museo del Cairo, el romper de las olas del Mediterráneo en las arenas de las playas de Alejandría, la ptolomeica y cristiana, la de Durrell y Cavafis.
No conozco Egipto. No sé si algún día contemplaré los 41 siglos de las pirámides; si un día pasearé entre el bosque ciclópeo del columnado del templo de Karnak; si en el Valle de los Reyes, bajo el látigo del sol y la aridez del desierto, bajaré a la umbría de las tumbas recordando la primera vez que las exploraron Belzoni, Petrie, Mariette, Máspero, Carter y lord Carnavon. Lo que sé de cierto, es que el libro de Terenci ha avivado esa llama que alienta nuestro espíritu a participar de la aventura del paso del hombre sobre la tierra. Tal ejercicio nos reconcilia con lo humano, y nos hace recordar que a pesar de nuestra naturaleza terrible todos los hombres seguimos siendo hermanos.
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