Decía Bolaño que robar libros no es un delito, pues al final el ratero se redime leyendo el ejemplar sustraído. La propensión a robar libros se da en los individuos más diversos, pero suele ser más frecuente en las edades juveniles. ¿Qué joven lector, ávido de letra impresa y sin un duro en la cartera, no se ha visto en la tentación de camuflar bajo el abrigo el Trópico de Cáncer, de Miller, o El Crepúsculo de los Ídolos nietzscheano? Algunos lo confiesan, como Sabina, y otros corren un tupido velo sobre sus veleidades cleptómanas. No recuerdo si alguna vez robé un libro, aunque el que esté libre de pecado arroje la primera piedra. Tuve amigos en la juventud que frecuentaban el vicio. Hoy confieso que sería incapaz de cometer tal felonía, y en ningún caso me deleitaría con la lectura posterior del ejemplar hurtado. Apenas leídas las primeras páginas me remordería la conciencia y me apresuraría a denunciarme a las autoridades como el Raskolnikov de Crimen y Castigo.
Reconozco que los libros, aunque siempre hay excepciones, poseen un valor intrínseco, alimentan nuestro espíritu y detentan la facultad de formarnos humanamente. Sí, la lectura de un libro robado no me haría provecho. No sé si la sed de cultura exculparía su sisa. Entre las juventudes contestatarias de los 70, imbuidas de las máximas marxistas, como reconocían en el libro el privilegio burgués al que no podían acceder las clases menesterosas, el robo lo consideraban como un acto provocador e insumiso.
Habrá quienes a base de hurtos completaron una envidiable biblioteca, que podrían compartir con los amigos a cambio de una caña de cerveza o un canuto de haschis. La mediación de un canje no sé si invalida la complicidad en el crimen. Hasta ahora los afanadores de libros que han confesado, el mismo Sabina, Bolaño, presentan un perfil de izquierdas. Claro está que para estos tal trasgresión no es delito, pues en su ateísmo no consideran el 7º mandamiento. En consecuencia entresacamos que por ahí abundan las bibliotecas mancilladas por el hedor del pecado, al tiempo que otras impolutas, como al parecer la de Luis Alberto de Cuenca, cuya extracción , afinidades y patología coleccionista, donde el libro se cotiza como bien cultural, patrimonial y suntuario, parecen inclinarse hacia las derechas.
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