Diferencia entre mis libros y los clásicos?
Que los clásicos los compra algún despistado de vez en cuando, y los míos no los compra nadie.
ÁLBUM DE INCURSIONES HETERODOXAS EN NUESTRA CONTEMPORANEIDAD.
Diferencia entre mis libros y los clásicos?
Que los clásicos los compra algún despistado de vez en cuando, y los míos no los compra nadie.
La tarde que declina,
el tiempo se sosiega
con languidez de vino.
Pronto la noche
despertará sus monstruos.
Caminad paso a paso
el contraluz vespertino,
sentid la herida que sangra
el mundo en su agonía,
recontad esos dones
que enriquecen el alma.
En el camino
una mano que mendiga;
solo puedo dar el género
de dádiva que no sacia.
Ese vacío me acompaña,
así lo denuncian mis lágrimas.
Sé, sin embargo,
que hay un punto
donde el dolor del corazón place
y mía es la mano que postula.
No admiro al Baudelaire que se complace en el fango de su miseria, celebrando la exhalación decadente, sino a aquél que por el milagro del lenguaje alcanza la pureza.
Mi madre se está muriendo
y yo no puedo evitarlo.
En el tiempo cada cosa
tiene contados sus pasos.
Qué no diera por tenerla
pero, como para todos los seres,
su hora está señalada.
Qué no diera por que quedara,
poder cada día verla,
no llamar muerte a la muerte
sino nuevo y mejor sino.
Acaso exista un ahora
donde podamos encontrarnos,
entre el después y el olvido.
Vida y muerte por igual
recibimos al nacer.
Una pasa y la otra queda,
aunque ambas sean cara
de una misma moneda.
Cuentan que para los paganos
como estrellas brillan los difuntos
en el insondable cielo.
Ella será estrella en mi mente
que mis destinos oriente
y a mi soledad dé consuelo.
Dialogando el otro día lamenté
no haber emigrado de joven a Australia.
Sospecho que tan mal no me hubiera ido,
aunque acabara cuidando de un gringo las ovejas
y alimentándome de canguro frito.
Seguramente, en Australia no hubiera
escrito lo que he escrito,
pero tal vez me habría bruñido
el moreno de sus playas
y quizá comerciado con perlas en el Pacífico.
Renuncié a la aventura por el cobijo,
unos billetes seguros, pensando que vayas
donde vayas consuela del mal lo conocido.
En Australia no hubiera reunido tantos libros,
ni comprobado tampoco que a mis lerdos paisanos
eso de la cultura se les importa un pito.
Quizá sea endemia del barrio donde habito,
pero lo de la lectura no cuenta entre sus vicios.
Trabajar para comer y para pocos caprichos,
pues de que no te sobre ya se encargan los vampiros.
Lo que escribes no lo leen,
y si lo hacen, lo arrojan luego al desperdicio.
Una vida de sudores y quebrantos
para sacar en claro la miseria y el olvido.
Para qué quiero yo patria
si no puedo contar con ella
ni ella cuenta ya conmigo.
Mejor me hubiera largado a Australia
pues en la sociedad del los hombres
es sabio andarse solo el camino.
La Nada es estéril, el Gozo, fecundo.
La mañana la dedico al ejercicio,
camino sobre 3 horas de promedio.
Luego me reintegro al pulso urbano:
hago mis compras, mi comida.
Descanso tras el almuerzo. Oigo música.
A veces leo, dormito.
En las tardes me reintegro al paseo,
visito algunos antros del libro,
rastreo alguna que otra ganga solapada.
Luego me anestesio con dos cañas y olvido,
o a veces medito
en algo entre los pliegues
del recuerdo escondido.
Vuelvo a casa. Ceno.
Tras la cena, leo algo o escribo.
Oigo música, escucho algún video
de Youtube agradecido.
Pasadas la 12, me recluyo en el cuarto,
hago mi abluciones, pongo a punto mis músculos.
Escuchando una guitarra,
me sumerjo en el olvido
Un impulso, tan sólo es un impulso.
que el margen de la duda
llega a convertir en grávida certeza.
Yo no sé que el deseo sea más
que una opción momentánea,
a la que el recuerdo
apariencia de amor otorga.
Mas cierto es que sufro
porque mi anhelo no se colma.
¿Por qué calará tan hondo
lo que en el fondo no sea
más que engaño y sutileza?
¿Sabes lo que hay en el fondo del arroyo?:
Mediocridad...fango, corrupción.
Si desciendes al fondo del hombre
no encontrarás sino su mísera condición.
Si te han envuelto las miasmas de Ashenbach,
disuelto en el barro de tu sensualidad,
reconocerás su desamparado fruto vacío.
Solo en el Amor el alma se renueva.
Si has mirado tu honda soledad en los ojos de la muerte,
reza para que en ti crezca la simiente
de la dádiva de Dios qué al frío penetrante
de esa noche con sus ascuas desvanece.
Porque sólo el Ágape es de Dios;
la carne del hombre sus deleites desconoce.
Un pariente próximo posee un librería. Esta mañana le he cursado visita y he pasado largo rato en su grata compañía y no menos en la de los libros. Uno de los escaparates abundaba en obras estimables; podían encontrarse allí ejemplares de Píndaro, de Esquilo, de Cervantes, de Joyce, de García Márquez, Cortázar, Poe, Hesse, Gala, Flaubert, Austen, Somerset-Maughan, Zwieg, etc, un surtido de lo más variado de títulos inmejorables. A lo largo de mi visita, una anciana, que arrastraba su carrito de compra, se ha detenido frente al escaparate y ha escrutado con ansia adquisitiva los variados títulos expuestos. Tras penetrar en la tienda se ha dirigido al mostrador y definido sus preferencias. De todo lo que el nutrido escaparate exhibía ha optado por dos obras concretas, una de ellas Los Pilares de la Tierra, de Ken Follet, y la otra, no recuerdo ni el título, correspondía a un autor novedoso que desconozco, y parecía tratar una intriga tremebunda de título rebuscado.
No es casualidad que, como esta lectora media, muchos de nuestros lectores opten por obras que, como sus mismos autores señalan, tratan temas atractivos con un lenguaje ameno. Grandes Almacenes y Comerciales del libro de toda índole mantienen sus lejas abarrotadas de esta clase de libros. Los Clásicos en ellas ocupan un lugar cada vez más reducido y que va menguando de día en día. Se hace díficil encontrar muchas de las obras de un Balzac, de Dickens o Tolstoi, y no digamos de otros autores de calidad aunque no tan fundamentales. Síntoma de todo esto es que los clasicos, autores celebrados en las aulas pero temidos por el público corriente, requieren lectores preparados, con una formación determinada, capaces de interpretar y racionalizar un frase, y que estén familiarizados con el lenguaje y aptos para seguir el hilo literario sin recurrir con demasiada frecuencia al diccionario; aquellos, en suma, para quienes la lectura significa un goce y no un suplicio intelectual, que los hace precipitarse pronto en el marasmo y los vuelve proclives a dejar el libro sumidos en el más atroz de los aburrimientos. Muchos no consiguen traspasar la barrera de su mediocridad y su nivel cultural permanece siempre invariable.
Desgraciadamente, este tipo de experiencia es la que más abunda, pues la media lectora pertenece a un público poco exigente, con nivel cultural medio bajo, que encuentra en los libros unicamente entretenimiento y evasión, y no ese pilar fundamental que significa la cultura en la realización del hombre. Leer ofrece a nuestras vidas otra dimensión, amplía nuestros horizontes y nos enriquece. Un hombre con formación abordará los problemas de modo bien diferente a cómo lo haría quien carece de ella. Hoy día parece que esta misión educadora se ha reservado a la tecnología y medios audiovisuales, y así nos vemos. De aquí a un tiempo constituiremos una nación de analfabetos.
Mi primer amor,
mi amor más apasionado,
fue una lesbiana.
Entonces yo no sabía que lo era,
ni en qué consistía ser lesbiana,
eso que los golfos llamaban tortillera,
y nuestros padres marimacho.
Ni tampoco por qué una chica
prefería el deporte a la costura,
se acompañaba siempre de otras chicas
y a mi me llevaba por la calle de la amargura.
Preciso es reconocer que yo era un joven delicado
y ella un carácter vivo
que me atraía por su misma fuerza
carente de mojigatería.
Nuestra relación no pudo pasar
de la de pretendiente idolátrico
y virgen despechada.
Ella se pavoneaba como una diosa
mientras yo servía de acólito
de un extravagante protocolo.
Huelga decir que tal cortejo desigual
continuó hasta que descubrí su condición
y yo reventé de odio por su amor.
Más tarde, persistió la duda de quién era ella
y el recelo acusatorio de quién era yo.
Tras la ruptura, mi furia de macho se desató,
me sumé a las noches de donjuan depredador,
y a las cabañas bajé
sin poder a los palacios ascender.
Con todo ello, tan sólo mi ruina labré
sin poder sacudirme el lastre
que el albur de la fortuna deparó.
Sintiendo del corazón sus despojos
todavía deshojo la flor
de aquel pasado resquemor.
¿La amé?¿Me amó?
¿Era lesbiana ella,
era marica yo?
Hoy se nos da a entender
que de todo ello ¡qué más da!
Hay lesbianas que te sirven la copa en el bar,
y te dan cháchara como si quisieran ligar;
hay maricas que se besan impúdicos
en la plataforma abarrotada del Tram;
hay muchachas que golpean el balón
con la potencia goleadora de un crack.
He procurado escribir derecho mi renglón,
pero de todo esto me queda el sinsabor
de por qué en aquel estéril anteayer
un chico y una chica
no se pudieron querer.