Dialogando el otro día lamenté
no haber emigrado de joven a Australia.
Sospecho que tan mal no me hubiera ido,
aunque acabara cuidando de un gringo las ovejas
y alimentándome de canguro frito.
Seguramente, en Australia no hubiera
escrito lo que he escrito,
pero tal vez me habría bruñido
el moreno de sus playas
y quizá comerciado con perlas en el Pacífico.
Renuncié a la aventura por el cobijo,
unos billetes seguros, pensando que vayas
donde vayas consuela del mal lo conocido.
En Australia no hubiera reunido tantos libros,
ni comprobado tampoco que a mis lerdos paisanos
eso de la cultura se les importa un pito.
Quizá sea endemia del barrio donde habito,
pero lo de la lectura no cuenta entre sus vicios.
Trabajar para comer y para pocos caprichos,
pues de que no te sobre ya se encargan los vampiros.
Lo que escribes no lo leen,
y si lo hacen, lo arrojan luego al desperdicio.
Una vida de sudores y quebrantos
para sacar en claro la miseria y el olvido.
Para qué quiero yo patria
si no puedo contar con ella
ni ella cuenta ya conmigo.
Mejor me hubiera largado a Australia
pues en la sociedad del los hombres
es sabio andarse solo el camino.
0 comentarios:
Publicar un comentario