Sombra recurrente de memoria,
ansia de trémula primavera
que pronto se vuelve peso que me abruma.
Como un mar bravo en la alborada,
como una carne ardida de consuelos
clama su anhelo como apogeos mortecinos.
Te veo sólo carne, señuelo
que incita mis impulsos,
fuego que amenaza incendiar mi pecho,
llama que quiere inflamar mis versos.
Carne que requiere colmar lo inabarcable,
carne que se pretende más allá de su barro,
melifluo deseo de sentir
ese contacto de su realidad vacía,
de esas caricias que transmitirían vida
si por sí mismas no fueran hueras,
despertando el furor con que sólo una muerte
mata su celo abrasador,
como si se filtrara el alma por un sumidero
y ya no se recuperara, por siempre fugitiva.
Morir en tu muerte, que con un velo
se encubre de plenitud primaveral;
morir para tal vez no despertar,
desamordazar mi palabra en tu silencio,
penetrar ese misterio que tú ignoras,
con tal me tienta el recordar
la brasa apaciguada mas candente,
cuyo rescoldo derramó la llama
de su alma por mis venas.
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