En Midnight in Paris Woody Allen ha consumado el más hermoso homenaje que se puede ofrecer a una ciudad. Desde los primeros planos del film, con una fotografía de calidez impecable, nos hace participar de ese entrañable secreto que constituye su culto personal. Desde los primeros fotogramas, tan seductores como sus pasadas iconografías de New York, nos invita a participar, con idéntica sugestión con la que uno se enfrenta a un cuadro espléndido o un evocador poema, de las maravillas que esta ciudad incomparable promete. Paris, qué duda cabe, está visto con esa mirada entregada de quien se ha dejado definitivamente seducir por sus encantos y se dispone a rendirle su más fervoroso tributo.
Como Manrique, Allen parece querer reflexionar sobre la copla "de que a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor", y parodiando a los cuentos infantiles, nos introduce en ese otro Paris legendario que todo viajero añoraría toparse cuando callejea por la ciudad del Sena. Abordando un antiguo Peugeot de coleccionista al que es invitado a acceder, el protagonista es introducido- e introduce al espectador-en ese Paris fascinante que sinceramente añora y al que desde lo más hondo de sí mismo cree pertenecer. Valiéndose de esa ductilidad del tiempo de la ficción, Allen con su peculiar maestría, con una naturalidad sin transiciones, nos sumerge en ese París mítico que contribuyó a crear esa aureola irradiada por la capital francesa y cuyo encanto, con propiedades magnéticas, logró atraer hasta sus estrechas y sombrías buhardillas a la flor y nata de la genialidad literaria y artística del siglo XX. Como en un extraordinario retrato de la vie parisienne, comparable a esos multitudinarios que pintara Renoir, a la pantalla se van asomando las personalidades que configuraron las más brillantes épocas de Paris: La vibrante de los Hemingway, Scott-Fitzgerald, Miller, Cole Porter, Picasso, Dalí, Gertud Stein, de la cual nos hubiera gustado participar si no mediara el rodar tiránico, real y no novelesco, del tiempo; o esa otra nostálgica y esplenderosa, que llenó de vivo colorido y bulliciosas costumbres al Paris más rutilante: el de la "Belle Epoque" que generó el impresionismo, con personalidades tan relevantes como Tolouse-Lautrec, Monet, Degas, o los controvertidos integrantes del movimiento simbolista, por otro lado, en el mundo de las letras.
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