LOS PERROS DE LA ACROPOLIS

Los perros vagabundos de Atenas, que forman un camada bastante numerosa, vigilan la ascensión del viajero por las empinadas rampas que conducen a uno de esos lugares altos, iconos de la cultura de occidente: la Acrópolis. Tal ascensión, en el verano griego, suele ser bochornosa y ardua; la alivian las horas tempranas de la mañana, que dejan transparentar entre la tenue calima los rayos aún benignos del sol agosteño. El perro que unas veces nos escolta y otras precede, observa el comportamiento reticente de los viejos filósofos que dieron fama a la ciudad de Atenas. Su talante recuerda el del cínico Diógenes, por su carácter desprendido y parsimonioso de afrontar una existencia indigente además de perruna; al concluir su recorrido, a la entrada del venerado promontorio, parece querer recordornarnos la frase que hizo célebre al filósofo: Estaba buscando un hombre.

La lámpara con que se iluminaba Diógenes, no deja de ser paradójica, por cuanto la luz en Atenas es de una pureza cristalina que contrasta con el cobalto del terso cielo. Esa luz que escarba en los más recóndito de la sombras es la que dió a los griegos la claridad necesaria para penetrar el misterio del cosmos, valiéndose del incisivo y apolíneo estilete de la razón. Relegando los viejos mitos entre la nebulosa de sus sombras, balbuceo de esa infancia de la humanidad, se afanaron, mediante el instrumento de la razón, en desentrañar esa verdad implicita en la cosas, el secreto de esa armonía matemática de las esferas. Se aventuraron en todos los terrenos del saber; de Tales a Demócrito se empeñaron en escudriñar la "nous" que rige el mundo,abriendo con Pitágoras y Empedocles el camino de la mistica y deteniéndose en la ontología de Parménides y la dialéctica de Platón, por cuyo discípulo Aristóteles conocimos los fundamentos de la lógica, pilar del persamiento moderno.

Es Grecia el resultado de una tierra agreste entre dos azules, el cielo y el mar, alumbrados por el fuego fecundo y perenne del sol. De ahí, los cuatro elementos o principios de los creado. Cuando uno se aventura en el azul del Egeo, penetra el territorio donde se funden los sueños con lo real; en él soñaron los viejos dánaos parte de sus mitos, y forjaron, en el crisol de la guerra, las sagas de las deslumbrantes leyendas que definieron su espíritu y animaron su credo. En sus aguas, Homero, el vidente ciego, configuró con la nitidez incomparable de su epopeya el noble carácter de la Hélade; al describir esa edad mítica de sus héroes, plasmó en lo inmemorial el fresco con más vigoroso trazo y espléndido color que aun sigue alimentando esa matriz de los sueños de occidente.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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