TOLEDO HOY

Descubrí Toledo hará algo más de diez años. Por aquel entonces la ciudad imperial continuaba siendo un apartado y provinciano poblachón manchego,al que el viajero debía desplazarse ex profeso,abordando un tren regional lleno de demoras e incómodos traqueteos. Solía tardar cerca de hora y media, y quizá fuera éste, entre otros inconvenientes, el que favorecía que la ciudad conservara en parte su fisonomía secular y mantuviera frenado -lo que calificaría de optimismo en gran parte punitivo-su desarrollo. Toledo permanecía agazapada en su inmemorial letargo, manteniendo ese concepto peculiar de vida, que Unamuno señalaría como castizo y que conformaba su idiosincrasia. En esa Toledo, aún se podía reconocer la que amaron Marañón y Victorio Macho, y en la cual aún quedaban esporádicas reminiscencias de la que encandiló a Bécquer. En ella, el Greco seguía manteniendo su original frescura de artista extravagante, singularisimo y marginal, que desde principio del pasado siglo daría pie a copiosas monografías y estudios, como los de M.B. Cossío, Camón Aznar y el propio Marañón.

En Zocodover aún se respiraba esa atmósfera de autenticidad popular y se podían rememorar sus viejos usos de zoco andalusí y, el posterior, de patíbulo de herejes; en ese palpitante proscenio de los toledanos,se aglutinaban las viejas castas, sobre las que tanto escarbó Américo Castro, y que prefiguran el ibérico meztizaje. En torno a sus viejos cafés, cuyas vitrinas exponían una variado muestrario de la reposteria toledana, donde no podía faltar el mazapán, se desmadejaba ese ovillo de las tediosas tardes provincianas, sin llamativos contrastes, que se dan en esos municipios con pasados nobilísimos y donde se siguen frecuentando sus genuinas y más rancias costumbres. Las fachadas de la plaza no se veían tan remozadas como ahora y el diálogo con sus gentes era más coloquial,ajeno a ese desdén que imprime en el trato la fatiga provocada por el roce impersonal con los turistas, que se desparraman en gregarios rebaños por la ciudad para robar aquí y allá, con los objetivos de sus cámaras, una parcela de historia o de belleza. En Zocodover, hace diez años, uno se sentaba en el café y, acostumbrado a los usos cosmopolitas, pedía un capuccino, como la cosa más natural del mundo. A lo que el camarero, un modesto hombre del pueblo, contestaba perplejo: "...un capu...¿qué?

La llegada del "ave" a Toledo ha traído evidentes ventajas en el orden económico y de promoción turística, pero con él ha viajado esa moneda de dos caras, una positiva, negativa la otra, de la globalización. Los viejos cafés han desaparecido dando cabida a despersonalizadas franquicias, las visitas a la catedral se rigen por un informatizado control, dispuesto a extraer el máximo rendimiento de su producto; todo Toledo trajina, como los abejas obreras de una colmena, para sacar el más pingüe provecho de ese cofre del tesoro que significa su incomparable legado. Con ello la ciudad ha madurado ese concepto, llamativo y repelente, que en nuestros días reviste todo lugar de interés masificado: el de parque temático. Tras las nobles murallas de Toledo, se ha realzado esa codicia por comerciar con todo, haciendo de eso que se denomina de "interés cultural" una moneda más de cambio. Nos peguntamos: ¿podrá la emblemática ciudad carpetana sobrevivir a esta vorágine, como a duras penas, valga como ejemplo, lo consigue Venecia? Sólo el tiempo, tan hecho a las mudanzas, conseguirá acaso desvelar si este milagro es posible.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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