Vano resulta reseñar a estas alturas las excelencias del film de John Ford, El Hombre Tranquilo. Me limitaré no a una crítica especializada, para la cual tal vez no me creo preparado, sino al comentario personal, en el cual exponga para el lector algún nuevo matiz que capte su interés.
Igualmente superfluo considero dejar sentado que Ford creó una de las filmografias más sugestivas y convincentes del cine americano. Son muchos sus seguidores, que han transformado en objeto de culto tanto sus virtudes evidentes como sus discutibles veleidades. Pero es que con la figura de Ford ocurre como con la de tantos otros, que se presta a las más variadas lecturas, muchas de ellas contradictorias. Todos apostamos por el Ford del Joven Lincoln, o El Delator, o de Qué verde era mi valle, en donde nos deja entrever al hombre conmprometido con la más candente modernidad; pero se nos vuelve incomprensible el de las raras excentricidades como en The Sun shine bright, con su retrógrada añoranza por el viejo Sur, ese que solo se puede justificar desde una óptica de outsider, recalcitrantemente romántica. Pero ambas únicamente pueden conjugarse si reconocemos al John Ford "poeta".
En El Hombre Tranquilo es donde mejor se manifiesta esta vertiente del Ford poeta. Porque hay que admitir que el director poseía una gran versatilidad para conjugar el drama con lo poético. Con tal virtud destacan Pasión de los fuertes y algunas de las partes de su wenstern más redondo, Centauros del Desierto.En el film El Hombre Tanquilo, abundando más en ello, aun estando el artificio dramático bien emsamblado, le sobrepuja de una forma clara la evidente cualidad lírica. Nunca la verde Irlanda fue tan sesiblemente cantada. Con su temperado pulso, que no decae, nos conduce con mirada subjetiva hasta el corazón de esa Irlanda más evocada que real. Ford no duda en detener la acción para recrearse en ese lirismo que del primer al último fotograma impregna el film. Su mirada añorante penetrará hasta el último rincón de Inishfree, para revelarnos el retrato de esa comunidad cerrada pero satisfecha de su identidad y revestida de una autenticidad plena. Valiéndose de una impecable historia de amor, desgranará todos los sugestivos momentos del romance, candente de sensualidad y erotismo. Pocos han sabido reflejar el erotismo, del cual rebosa el film, con la maestría que Ford lo insinúa. Pocas secuencia en la historia del cine se encuentran más arrebatadas de sensualidad que. la escena del cementerio en El Hombre Tranquilo, cuando John Wayne abraza a Maureen O´Hara mientras la lluvia copiosa cae sobre ellos, rodeados por un lúgubre escenario de lápidas y cruces celtas. A través de la camisa empapada de Wayne se refleja, como nadie lo ha descrito, la naturaleza de ese placer doliente del erotismo. Elemento que, junto a esa manera magistral de contar una historia poblada de carácteres y paisajes entrañables, hacen de The Quiet Man esa película inolvidable.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario