EL CAMINO HACIA EL PODER
Giuliano della Rovere, el futuro Julio II, se forjó en los avatares de esa Babilonia corrompida; aunque le tocó contemplar la entronización de varios papas (Inocencio VIII, Alejandro VI, Pío III), nunca vaciló en la prosecución de su meta. Ante su impotencia, tuvo que doblegarse al encumbramiento de los Borgia, sus grandes rivales. Rodrigo Borgia, por entonces el cardenal más acaudalado de la curia, sobornó al resto del cónclave para ser elegido. Asentado en el poder, desarrolló idéntica política que sus antecesores pero con, si cabe, supina ambición. Situando a sus hijos en los puestos de mayor relevancia-hizo a uno gonfaloniero y al otro cardenal-, en ellos las ambiciones de la iglesia se confundieron con las de un pretendido imperio y su casa. Los vicios de la corte, sobre los que la leyenda ha cargado sus tintas, posiblemente sobrepasaron a los de sus predecesores y sus manejos políticos contaron con el crimen como respaldo. Cuando precisaban del disimulo para sus porpósitos, no renunciaban a la acción solapada del veneno, del cual, a la postre, ellos mismos serían sus víctimas. Su atropellada carrera alcanzó su carácter más desbocado tras el asesinato del duque de Gandía y la asunción de César de la máxima autoridad militar. Contra ellos batalló Giulliano della Rovere en todos los frentes, arruinando el sueño imperial de una Romaña para los Borgia. Porque en la voluntad decidida y pragmática de César había encontrado Alejandro VI la sublimación de sus aspiraciones, enmendando esa insuficiencia del trono de Pedro con la prolongación de una dinastía. César había preparado el camino suprimiendo a todo aquel que se interponía a sus ambiciones, con ayuda de su lugarteniente Miguel de Corella. En Sinigaglia dio su golpe maestro, comentado por Maquiavelo en el principe. Allí la sangre de los Orsini, los Vittelli, los Fermo fue derramada. La generalización de la guerra dio paso a que las potencias extranjeras intervinieran en Italia, recayendo en parte dicha responsabilidad en el futuro Julio II.
La leyenda de los Borgia como señores indiscutibles de Roma encontró su desenlace, según algunos, durante la celebración de un ágape en la villa del cardenal Adriano de Corneto, posterior loador del papa Julio, donde acaso por mediación de algunos criados sobornados llegaron a la mesa unas botellas de vino envenenadas. A juicio del cronista Buchardo, comensal en dicho banquete, fue, sin embargo, el contagio de unas fiebres malignas que diezmaban Roma las causantes de la fatal agonía a la que sucumbió Alejandro VI. Muerto el papa, la capacidad de maniobra de su hijo César quedó deguarnecida, sin el indispensable apoyo institucional, y no tardó en claudicar ante sus encarnizados enemigos. El camino para Giulliano de la Rovere, que habia jugado con inteligencia sus cartas, quedaba expedito; tras el efímero mandato de Pío III, fue papa electo.
CONTINUARÁ...
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