Conocemos la imagen de Julio II a través de los variados ejemplos que de su figura nos ha legado el arte: desde la palaciega prestancia del hombre maduro en el entorno de su tío Sixto IV de Meloso da Forli al retrato ya senil pintado por Rafael, hoy en la National Gallery de Londres. En ambas se adivina la firmeza del carácter afianzado en sólidas y ensimismadas convicciones, sin cuyo impulso no hubiera podido llevar a cabo una obra ambiciosa. Conocedor de todas las lacras que diezmaban Roma y del funcionamiento de los resortes del poder, asimilado durante una larga y agitada experiencia como cardenal en la sede de San Pietro in Vincoli, su elevación al solio pontificio supuso un giro afortunado para la iglesia y un fortalecimiento de su autoridad temporal, que ya era bastante para una institución donde se habia olvidado su primordial cometido: la propagación y sostenimiento de la obra redentora de Cristo.
EL PAPADO DE SIXTO IV
Sixto IV, conocido hoy más como el papa que mandó construir la capilla Sixtina, sobria estructura entre bastiones de fortaleza, más refugio castellano que templo de culto, rebajó la silla de Pedro a principesco sitial palaciego, dando cabida en su gobierno a todas las vilezas y corrupciones tan comunes a las cortes quatrocentescas. La elección del vicario de Cristo se habia degradado poniéndose en venta al mejor postor, mercadería sólo al alcance de las familias más significativas de Italia, que la utilizaron en provecho de sus intereses egoistas. Aunque los della Rovere, oriundos de una pequeña aldea próxima a Savona(Genova), no podían alardear de noble origen, su pujanza y astucia les procuró un acceso rápido al poder. Una vez Sixto en el Vaticano, se rodeó del apoyo interesado de sus parientes, esos sagrados lazos familiares que encuentra un equivalente en la Italia de hoy en lugares tales como los círculos mafiosos; sus flamantes nepotes, unidos por vínculos de sangre, acapararon los órganos decisivos de la curia y se repartieron sus prebendas; los beneficios de la tesoreria pasaron a engrosar las arcas familiares. A destacar entre la infausta crónica de sus intrigas, la complicidad en la conjura perpetrada en Florencia contra los Medici por los Pazzi, a cuyos aceros homicidas sucumbio Giuliano y Lorenzo escapó de milagro. Bajo auspicios de Sixto, se creó también la inquisición en España, con la consecuencia amarga de la expulsión de los judios del territorio, y se distinguió con el sobrenombre de "católicos" a Isabel y Fernando; comunes se hicieron durante su pontificado la emisión de bulas e indulgencias.
Pero todas las políticas encaminadas al fortalecimiento y provecho de sus casa, que precipitaron a la península itálica a encarnizadas contiendas, extendiendo miseria y hambre entre la población, se enfrentaron al final con la realidad de que la tiara pontificia no era hereditaria. A su muerte, el ambicioso Sixto IV tuvo que legar el resultado de sus ímprobos esfuerzos en manos de quienes, posiblemente, fueran sus adversarios, como de hecho fue su sucesor, el Cibo Inocencio VIII...
CONTINUARÁ
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