La mañana es pura y transparente.
Frente a mí se abren dos inmensidades
de regular simetría.
Cielo y mar, recíproco espejo
donde el tiempo se disuelve en lejanías.
El cielo extiende su tentativa de infinito,
espacio unívoco de los seres perdurables
en donde el sol se halla circunscrito.
Sol, perenne candelero,
que en tu derroche de amor
prodigas la virtud,
esparces luz,
proclamas, invariable, tu credo.
Mar, mar, alma moviente de la tierra,
cuya constante mudanza expresas.
Cubierta de ceniza en los temporales;
en la bonanza, de azules entrañables.
Mar de los sueños, mar de la travesías,
que con la cadencia mortal de cada ola
nos recuerdas la fugacidad doliente de los días.
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