REFLEXIONES DE UN CAMINANTE
Es Nochebuena. En el reproductor suenan los nocturnos de Chopin. Está la casa sosegada. Los afanes del día nos han dejado ese resabio de que, hágase lo que se haga, el tiempo se nos escapa irremisiblemente. La noche se desliza con la morosidad sigilosa de un gato. Me enfrento con el papel como contra mi propia soledad, pero no me remuerden los recuerdos ni que el balance no sea del todo optimista. El compendio de los instantes amargos se hace tan denso, que su contrapeso minimiza los ratos exultantes. No importa, pues frente a la desaforada fatalidad nos basta con el calor de una sonrisa. No sabemos adónde nos conducirá el camino; por su trazado, tortuoso, acechante siempre de enemigos emboscados. Pero se nos enseñó a andar en luz, pues el que reconoce la senda, no tropieza. Mientras se halle en alto el candelero, vanas serán las obras de la tinieblas. Marchemos, pues, en la diafanidad del día, con ánimo renovado como la mañana, en pos de la victoria que nos espera, solazándonos en la sombra aislada de algún árbol, amenizándonos con el trino de los pájaros y refrescándonos en los regatos, hasta alcanzar esa fuente de la que cuando bebamos no volvamos a tener jamás sed, donde el amor del todo haga plena nuestra aislada mismidad.
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