Decía Stendhal que la descripción efectiva en la novela debe ser la de las emociones, la que penetra los vaivenes del corazón del hombre. En la novela romántica, donde la descripción de lo externo acompañaba al desarrollo argumental llevado por los diálogos, no se lograba discernir la interioridad de los personajes y sus procesos anímicos. Reparando en ello, Stendhal quiso dar a sus novelas esa introspección que diera una mayor realidad a sus creaciones, una dimensión sicológica (término que él desconocía) que fundamentó la narrativa futura. Nada sería la novelística de Proust sin el minucioso detallismo introspectivo que da convicción a su asombroso ciclo. Pero tal descubrimiento estaba aún por definir en el romanticismo; así Stendhal, en su inclinación por contrastar las paridades que concurren en las artes, comparó el arte compositivo de Rossini con la técnica novelística de Walter Scott, donde descubrió un procedimiento parejo en la exposición y planteamiento de sus respectivas obras. Ésta sensibilidad stendhaliana por una mejora de las potencialidades del discurso narrativo, no tardó en tener sus frutos en la novelística y en la generalidad de las artes. Dífícil resulta concebir un fin de siglo XIX de la novela sin la experiencia interior de la integralidad humana que significó Dostoyevski, quien adelantaría esos pasos que nos llevarían a Freud. Y ya en el terreno de la musica, ¿de qué nos habla el Puccini de la Boheme sino del drama interior de los personajes? Paso adelante en el terreno del arte sobre el que ya recapacitó Wagner al enjuiciar parte de la obra de Mendelshon: "Es un gran paisajista, pero ¿dónde está el hombre?"
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